Mario G. Mercado Callaú
“… si queremos entender nuestro futuro, en absoluto bastará con
descifrar genomas y calcular números. También tenemos que descifrar las
ficciones que dan sentido al mundo”.
Yuval Noah Harari
En Juan 18:38 Pilato le pregunta
a Jesús: “¿Qué es la verdad?” Pregunta trascedente que, muchos creyentes dicen
conocer siguiendo las enseñanzas de un Mesías o, las doctrinas de una
determinada fe. En otro relato bíblico, el Génesis nos dice que el hombre y la
mujer pecaron por primera vez comiendo del árbol prohibido del conocimiento.
Tal acción abrió nuestros ojos y conocimos el bien y el mal. Esto permitiría
tener facultades propias de los dioses. Sin embargo, aunque contamos con ciertos
programas de fábrica a través de la
genética, instintos y emociones, sumando también la educación y cultura
adquirida, no siempre es sencillo desentrañar los problemas morales que existen
en nuestra moderna sociedad. En todo caso la adquisición de nuevos conocimientos ha sido y sigue
siendo, un vertiginoso camino de búsqueda lleno violencia, poder, imposturas, preguntas
y respuestas poco satisfactorias. Hoy es más fácil sentirse ignorante que en
épocas pasadas. No en el sentido clásico por falta de información o, por el
difícil acceso que tenía la gran mayoría de las generaciones anteriores. Me
refiero a la vasta cantidad de información que se genera de manera continua.
Por tal motivo es muy difícil poder estar actualizado en los distintos campos
de estudio y ser un diletante ejemplar. Según la UNESCO al año se publican más
de 2,2 millones de libros entre nuevos y algunas ediciones anteriores. Si una persona se dedicara exclusivamente a leer a lo largo
de una vida de 100 años (suponiendo que naciera sabiendo leer) con una
velocidad de lectura de 600 palabras por minuto, sin poder dormir, comer, enamorarse,
conocer lugares y trabajar, podría llegar a leer en el mejor de los casos un poco
más de trescientos quince mil libros (14% de las publicaciones anuales). Aun
así, no pudiera con todo los libros que se publican al año, sin nombrar
revistas, diarios y boletines de información digital. La física y la biología
nos han puesto límites sobre lo que podemos conocer. Aun así, como diría Carl
Sagan en el capítulo once de su afamada serie, el truco está en saber qué tipo
de libros leer. Pero ¿qué sentido tiene poseer distintos conocimiento? ¿Y de
qué sirve si a pesar de ello no conoceríamos la “verdad” intrínseca de las cosas? En primer lugar tener conocimiento,
aunque sea una obviedad decirlo, mejora nuestras posibilidades de
supervivencia. Imaginemos la cantidad de humanos que morían de frío en épocas
pretéritas antes de saber manipular el fuego. Podemos hacer mención de la
inmensurable cantidad de vidas salvadas por los antibióticos, operaciones y la
medicina moderna en general. Pensemos por ejemplo en un instrumento tan trivial
como el tenedor. Se dice que este instrumento llegó a Europa occidental allá
por el año 1071. Teodora la princesa del imperio bizantino llevaría tan
particular instrumento a Venecia. En Europa occidental se conocía la cuchara y
el cuchillo, pero pobres y ricos seguían comiendo con las manos. Al principio a
muchos aristócratas la utilización del tenedor les parecía de «falsa elegancia y de modales
remilgados» (Asimov, 2017). Pero esta
moda fue copiada porque se entendía como más limpia y refinada, expandiéndose
por muchas culturas del mundo. Sin saberlo, muchos hombres dejarían de utilizar
las manos, mejorando sus probabilidades de supervivencia evitando cierto tipo
de infecciones. Por otra parte un mayor espectro de conocimientos nos permite
en algunos casos ser asediados por la duda de lo que creemos saber. Aunque tenemos conocimientos que no explican
en esencia verdades absolutas de fenómenos y eventos que suceden en nuestro
universo, esas verdades parciales han sido vitales para mejorar nuestra calidad
de vida. Es cierto que el conocimiento no solo ayuda hacer el bien, también sirve
para infringir el mal, pero el conocimiento genuino carece de valor moral, son
los hombres a través de su voluntad los que infligen mal o actúan de talante
bondadoso. También es bueno saber que desconocemos muchas cosas que pueden ser
usadas en un futuro para hacer el bien y el mal. Actualmente los hombres de
ciencia tratan de responder cómo se originó la vida en la Tierra, cuál es la
naturaleza de la energía oscura, cuál es
la ley física que unifica la relatividad y la mecánica cuántica, entre otras
miles de cuestiones más. Empero, no conocer a cabalidad cómo funciona el
universo, no ha sido un obstáculo para avanzar. Hemos ido a la Luna y hemos
puesto robots en Marte con el escaso conocimiento que tenemos. Todo gracias a
una búsqueda incesante de respuestas, conocimiento y de mejoras en problemas
cotidianos. Todo gracias a una forma de pensar, el método científico. Pero ¿Qué
tiene que ver todo esto con poner en duda la existencia de Dios? Tiene que ver
con las respuestas que cada individuo tiene a preguntas trascendentales. Es
evidente que muchos hombres de ciencia en el pasado y presente, creyentes en
alguna deidad o doctrina religiosa han podido hacer aportes importantes a la
humanidad y de seguro muchos lo seguirán haciendo. El problema radica en que muchos
mortales dan por ciertas las respuestas que tienen a partir de creencias,
ideologías o teorías propias que, pueden estar a distancias astronómicas del
conocimiento actual y, de lo que se puede considerar cercano a la realidad.
Ideas que impuestas para el servicio de la sociedad pueden traer problemas y
errores en la búsqueda de soluciones que procuren sociedades más libres y justas.
Resulta que individuos y colectivos pueden tener la convicción que la mejor
solución contra el adulterio es a través de lo que mandan los textos sagrados,
siendo la pena de muerte por lapidación un castigo eficaz. También existen
individuos que están en contra del matrimonio civil entre personas del mismo
sexo, negando por ejemplo derechos de bienes mancomunados o a que los
homosexuales puedan heredar bienes. Esto porque la homosexualidad sería una
“abominación” y, permitirlo empujaría a tener una sociedad de pervertidos.
Trayendo terribles castigos y consecuencias (por un dios lleno de amor) para
aquellos individuos que lo permitan. Seguir avanzando en descubrimientos,
técnicas y equipos tecnológicos que solucionen nuestra vida es óptimo, pero no
replantear nuestras respuestas transcendentales sobre nuestra naturaleza y
nuestro lugar en el universo desde la evidencia, coloca cuesta arriba y
dificulta mejores soluciones en política, normativas, leyes y moral para una
sociedad que se encuentra con desafíos constantes. Esto no solo aplica a
nuestras creencias religiosas, también a aquellas convicciones ideológicas y
políticas que pueden ser anacrónicas o que nunca tuvieron resultados
positivos. Dudar de lo que conocemos
como cierto puede provocar miedo, angustia y ansiedad, pero puede ayudarnos a
buscar mejores respuestas. Esto implica, en algunos casos, tratar de mejorar
nuestras decisiones y soluciones. Algunos intelectuales plantean que el
problema es la irracionalidad de las masas, sin embargo, investigaciones
realizadas por Daniel Kahneman demuestran que, personas con mucha destreza y
práctica en el pensamiento lógico-racional pueden tener problemas y padecer de
sesgos cognitivos. Todas las personas razonamos de alguna manera, lo que se
plantea es que, con razonamientos que parten de premisas falsas, no se podrá
llegar a razonamientos y/o soluciones satisfactorias. Lo que hace pertinente la
práctica y el ejercicio de la duda, sobre todo de aquellas cuestiones que no tenemos prueba o evidencia alguna. Con
el objetivo de seguir ideas, teorías y hechos con mayor verosimilitud. Dudar,
usar la razón y tener un método para hacerlo nos ha llevado a vivir más, con
mejor salud, con menos violencia, con una mejor calidad de vida, pero una gran
mayoría no es consciente de aquello. Vivimos en un momento crucial en el que
nuevas tecnologías van a cambiar drástic
amente nuestros valores, formas de
vida, instituciones, entre otras muchas cosas más. Lo que hace imperativo dar el
salto. Problemas seguirán existiendo, pero estar abierto a la duda entre un
abanico de posibles soluciones con mayor cercanía a los mejores conocimientos
que tenemos, no solo posibilita un mayor entendimiento de nosotros y el
universo, sino también la posibilidad de buscar puntos comunes para una
sociedad más justa para todos. Bibliografía
Asimov, I. (2017), Historia
y cronología de la ciencia y los descubrimientos: Cómo la ciencia ha dado
forma a nuestro mundo. (1era ed. Nuevo formato). Barcelona, España: Ariel.
Harari, Y. (2016), Homo
Deus: Breve historia del mañana. Ciudad de México, México: Debate.
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