Hace poco escuche de un
intelectual decir que el Gobierno del presidente Morales había entrado con un
“aura moral” a gobernar un país que necesitaba cambios importantes y profundos
para la mayoría de los bolivianos. Posteriormente, esa misma persona lamentaba diciendo
que el autoritarismo se haya impuesto haciendo todo lo contrario de lo que se
requería. Debo decir que me encuentro de acuerdo con lo segundo (país que
necesita cambios importantes y profundos), mas no con lo primero (Morales había
entrado con un “aura moral a gobernar”). Parece ser que las apariencias estéticas
nublan el más profundo de los análisis con respecto a lo que se puede considerar
moral de lo que no. El actual mandatario entró al Gobierno como un dirigente
sindical y, desde un comienzo mostró rasgos de ser arbitrario y autoritario. Siendo Diputado apeló a la defensa de
uno de los gremios más neoliberales (cocaleros), que generan dinero a partir de
la ilegalidad y que la venta de su materia prima (coca) sirve para la expansión
del narcotráfico. Evo Morales Ayma sentenció
hoy que volverá a bloquear caminos y ejercitar otras medidas de presión las
veces que sea necesario si es que se trata de defender a los pobres y la hoja
de coca (ANF, 2000). Morales siempre mantuvo orgullo por bloquear al país
entero; "No soy economista, no soy
experto en planificación, yo soy experto para marchar y bloquear caminos” (Página
Siete, 2017). Al mismo tiempo Morales ha felicitado efusivamente a milicias
armadas y las ha llamado a “defender Bolivia”, quizá cabría recordar también la
vez que golpeó con su rodilla a un jugador del equipo contrario por una
supuesta falta en su contra. Por otra parte el ex-licenciado y actual
vicepresidente estuvo preso por guerrillero y en muchas de sus declaraciones se
puede evidenciar el poco apego que le produce la defensa de los Derechos
Humanos; “Aquí aprendí amar, aquí aprendí
a matar” (ABC, 2007). Es evidente
que las señales para identificar el devenir autoritario que vive el país han
sido profusas.
Muchos Filósofos a lo largo de la
historia han analizado estos fenómenos y lo complejo que es la lucha, toma y el
ejercicio del poder. Distintos estudios y tratados han argumentado sobre la
importancia de limitar el poder político de los gobernantes, pero quizá hoy se
tienen argumentos más sólidos sobre esta cuestión dada la naturaleza humana. El
efecto ganador (Winning Effect) planteado por el neurólogo y psicólogo clínico Ian Robertson describe
por una parte lo positivo que es este efecto en los individuos, incluyendo
líderes políticos, empresariales, deportivos, etc. Sucede que ganar en primera
instancia nos hace sentir bien, en palabras de Ian Robertson “es como una mini dosis de cocaína, es como
tomar una droga” (Programa televisivo Redes, 2013). Por lo tanto los
individuos que ganan se sienten impulsados a seguir manteniendo esa sensación
haciendo que quieran volver a ganar. Aparentemente no existe una discriminación
moral para sentir tal sensación, da lo mismo si queremos ganar una partida de
ajedrez, como una guerra. ¿Y cómo sucede esto? Cada vez que una persona gana
segrega testosterona haciendo que el cuerpo genere dopamina, un neurotransmisor
que nos ayuda en la elaboración de planes, objetivo y estrategias. La dopamina
activa el circuito de recompensa en el cerebro, que es el mismo circuito que se
activa cuando una persona utiliza drogas como la cocaína y/o tiene un orgasmo
producto de una estimulación sexual. Por lo tanto, la próxima vez que el
ganador participe en una competencia estará preparado para ganar y volver
estimular está zona cerebral procurándole mayores goces físicos y mentales.
Está estimulación dosificada permitiría que los individuos disminuyan sus
niveles de ansiedad, miedos y estrés permitiendo volverse más creativos para
evaluar y tomar mejores decisiones (Programa televisivo Redes, 2013). El
problema radica cuando los individuos “ganan constantemente”, porque
literalmente quedan drogados por el éxito haciendo que planificar, colaborar y,
alcanzar los objetivos ya no sea tan importante, como mantener esa sensación a
como dé lugar. Estar embriagado por el éxito causa que aumenten los niveles de
egocentrismo y se reduzcan los niveles de empatía. La adicción a este emoción
se evidencia con algunos experimentos realizados con individuos que, durante
mucho tiempo se encuentran en cargos gerenciales y políticos altos, de los que
se puede deducir consecuencias muy negativas para organizaciones empresariales
(grupos sociales más pequeños) o sociedades enteras (grupos sociales de
millones de personas, estados por ejemplo). Como el profesor Muñoz-Navarro
(2016) escribiría “El poder, por tanto,
puede funcionar como una especie de adicción conductual. Parece que el ganar y
dominar durante largos períodos afectaría al comportamiento, mostrando menos
empatía y preocupación por aquellos que están bajos en la escala social lo que
es una situación que ocurre frecuentemente con las personas con poder”.
Muñoz- Navarro (2016) también
escribe sobre otros estudios realizados (Bendahana, Zehndera, Pralongc &
Antonakis, 2015) en el que se relacionan el poder, corrupción y los niveles de
testosterona. En aquel estudio se manipuló la capacidad de líderes para la toma
de decisiones que solo los beneficie a ellos o, en su defecto, a sus
seguidores. Por un lado los líderes podrían tomar decisiones pro-sociales en
beneficio del bien público y que se les retribuya en dinero, por otro, podían
abusar del poder para tomar decisiones
antisociales reduciendo los pagos totales para el grupo y aumentando la
ganancia del líder. El estudio inicialmente había tomado muestras individuales,
como variables de personalidad y niveles de testosterona. Se detectaron dos
grupos de personas que eran más honestas frente a otros que eran más
deshonestos. Por un lado los resultados mostraban que a mayor poder del líder
se evidenciaba un mayor grado de corrupción, a pesar de ser personas “honestas”.
Por el otro los resultados evidenciaron que aquellos líderes que más se
corrompían presentaban mayores dosis de testosterona en el cuerpo.
Este es un poderoso argumento de
porqué no se le puede dar tanto poder a los individuos y lo vital que es
limitarlo. La alternancia política a través de la herramienta democrática
funciona para aquello. De cierta manera, muchos individuos por el estudio de sucesos históricos o por
poseer una gran aptitud intuitiva a través del ejercicio de la reflexión en
este campo, sabían y entendían de estos rasgos de nuestra naturaleza. Ahora la
ciencia parece confirmar la importancia de evitar líderes embriagados de poder.
En los últimos meses destaco el
valioso despliegue ciudadano con movilizaciones y, protestas en las calles para
hacer respetar los resultados del 21 de febrero de 2016 que dijeron no a una
nueva repostulación para todos los servidores públicos en los distintos niveles
de gobierno (Presidente, Gobernador, Alcalde, etc.) Sin embargo, es pertinente
reflexionar sobre los posibles resultados y consecuencias que esto puede
acarrear. Plantearé cuatro preguntas de las cuales intentaré responder las dos
primeras ¿Quiénes se encuentran más motivados para continuar con la dirección
política que debe tener nuestro país? ¿Los ciudadanos que están en marchas,
movilizaciones generando presión para hacer respetar los resultados del
referéndum del 21 de febrero o, los individuos que forman parte del Gobierno y
que han decidido violar la Constitución, tratados internacionales y desconocer
los resultados de dicho referéndum para quedarse con el poder? Me decanto por
los segundos, porque hay un factor importante a tomar en cuenta que es la
aversión que sentimos los humanos a la pérdida.
Daniel Kahneman ha estudiado la
toma de decisiones en función de las ganancias y pérdidas. En su Teoría de la
perspectiva Kahneman argumenta que muchas de nuestras decisiones se hacen en
mayor grado por el miedo a la pérdida que por una posible jugosa ganancia. En
palabras de Kahneman (2016); “La aversión
a la pérdida se refiere a la fuerza relativa de dos motivos: nos mueve mucho
más evitar las pérdidas que obtener ganancias. Un punto de referencia es en
ocasiones el statu quo, pero también puede serlo una meta que situamos en el
futuro: no alcanzarla es una pérdida y excederla una ganancia. Como cabe esperar del predominio de la
negatividad, los dos motivos no son igual de poderosos. La aversión al fracaso
que supone no alcanzar la meta es mucho más fuerte que el deseo a excederla”.
Sobre esa línea, Kahneman (2016) manifiesta lo difícil que puede ser para los
ciudadanos llegar al poder bajo un régimen totalitario y/o autoritario que lo
defenderá con uñas y dientes sin importar las consecuencias.
Bajo ese contexto me quedan dos
preguntas más a realizar ¿Qué precio estamos dispuestos a pagar los ciudadanos
para hacer respetar los resultados del referéndum del 21 de febrero 2016?
Tomando en cuenta el apoyo impenitente del Gobierno boliviano al Gobierno de
Nicolás Maduro en Venezuela, con más de 120 muertos por la represión policial y
movimiento armados a fines al mismo. Y también, el efusivo apoyo que le brinda
al sangriento Gobierno de Daniel Ortega en Nicaragua con más de 317 muertos por
la represión policial y milicias armadas. Sin embargo, no me refiero solo al
precio en cuanto a las muertes que el Gobierno de Morales está dispuesto a
derramar para quedarse y hacerse con el poder, sino a la preparación de una
alternativa diferente de país que nos ayude a encarar los complejos problemas
que venimos acarreando, sumado a, los desafíos que nos presenta la actual
coyuntura global y sus dinámicos cambios. Y si no tenemos estipulado un precio
¿Qué costos estamos dispuestos a asumir en un futuro bajo el yugo del Gobierno
actual?
Bibliografía
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https://www.20minutos.es/noticia/3103857/0/venezuela-muertos-protestas-constituyente-fiscal/#xtor=AD-15&xts=467263
Imagen tomada de https://eldebatedehoy.es/politica/hermano-mayor-orwell/
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