miércoles, 28 de febrero de 2018

Vigencia de la ética

Mario Mercado

¿Qué puede ser tan peligroso como una bomba termonuclear? Un ignorante que tiene poder de decisión para detonarla. 

Revista Percontari, tema 
La educación

En La República, Platón relata la «Leyenda de Giges» a través de la voz de Glaucón. Esta antigua leyenda trata de un pastor que, al abrirse la tierra como consecuencia de un terremoto, encuentra un cadáver que tenía entre sus dedos un anillo de oro. El pastor toma el anillo y se retira del lugar. En aquel tiempo, los pastores debían informar sobre el estado del ganado al rey; con esa obligación que cumplir, el pastor se apersona al palacio, llevando consigo aquel anillo colocado en uno de sus dedos. El humilde pastor en dicha reunión rota el anillo y adquiere invisibilidad. En un primer momento, no se percata de tal situación y, con otro movimiento, comprueba el poder de la joya. Decide salir rápidamente de aquella reunión, y se da cuenta del gran poder que tiene en sus manos. Embriagado de deseos, decide seducir a la reina y, juntos, matan al rey, apoderándose del reino. Esta leyenda sirve para analizar muchas figuras y componentes del comportamiento humano, pero destacamos la fragilidad de espíritu del protagonista en una situación de tener un tipo de poder mágico. Si bien la humanidad no ha descubierto los secretos de la magia, sí ha hecho avances importantes en el campo de la ciencia y tecnología. Hoy nuestra civilización está más cerca de lograr la invisibilidad que  tuvo aquel pastor ebrio de poder y deseos. Los llamados metamateriales han logrado invisibilizar objetos en la radiación de microondas. En su libro El futuro de nuestra mente, Michio Kaku habla sobre cómo el avance de la física y sus nuevas leyes permitirían la creación de muchos artefactos que servirán, entre otras cosas, para borrar recuerdos o implantarlos, adquirir una mayor inteligencia, además de la creación de robots emocionales que sirvan de compañía a personas solitarias en su vejez, etc. Estos avances científicos y tecnológicos abren la puerta a muchas posibilidades, tanto para emplearlas para el bienestar humano como para producirle terribles calamidades. Es probable que muchas personas vean con desconfianza esos adelantos. En esa línea, los avances permitirían abrir una caja de Pandora que, si bien han sido muy importantes para conocer leyes de la física nuclear, por ejemplo, no solo se limitó a servirnos a fin de crear una industria en materia de generación de energía eléctrica y entender la combustión de los astros, pues también fue utilizado en la elaboración de bombas nucleares que se lanzaron a Nagasaki e Hiroshima en la Segunda Guerra Mundial. 

Con tales antecedentes, se entiende la desconfianza para con los hombres de ciencia, porque, si bien tenemos beneficios innegables de sus avances, no funciona para únicamente dar un salto en el desarrollo de la humanidad. En ese sentido, Bunge plantea diferencias entre ciencia y tecnología. Un científico básico o puro busca conocimiento sobre ciertos fenómenos que desconoce; por ejemplo, el extraño comportamiento de la subpartículas cuando chocan dos partículas en un colisionador de hadrones. Por otra parte, un tecnólogo buscará una aplicación de ese conocimiento para, verbigracia, crear otras fuentes de energía a partir de las fuerzas del átomo, o para inventar un arma más poderosa que una bomba termonuclear. Bajo este contexto, Bunge plantea que los Estados deberían impulsar la investigación pura o básica en libertad, y regular los avances tecnológicos, un punto importante para el desarrollo de artefactos que puedan dañar vidas humanas. El problema se presenta cuando no existe una institucionalidad medianamente formal, y las legislaciones cambian en función del gobierno de turno. Con tales problemas, se necesita que ciudadanos tengan herramientas para tomar decisiones en cuanto a dilemas éticos que se presenten, incluyendo los de carácter tecnológico. No solo debemos preocuparnos por tener ciudadanos innovadores, emprendedores y capacitados para levantar industrias que desarrollen mejor un país. También será pertinente preparar a esos ciudadanos en el campo de la reflexión ética, entendiendo que los códigos morales cambian (no se relativizan) bajo el dinamismo cultural que tiene la sociedad moderna. 

Vale la pena recordar la historia del científico judío-alemán Fritz Haber, premio Nobel de Química en 1918. Este científico y tecnólogo obtuvo aquel premio por desarrollar la síntesis de amoníaco a partir de nitrógeno gaseoso junto a Carl Bosch, logrando salvar muchas vidas, sobre todo en Europa, porque la aplicación de esta nueva técnica permitió el desarrollo de fertilizantes de manera más eficiente, evitando problemas de hambruna en los próximos años en el Viejo Continente. Pero la historia continuaría, y Haber sería uno de los artífices del proyecto de armas químicas que tuvo Alemania en la Primera Guerra Mundial con gases de cloro. Se cree que el suicidio de su esposa e hijo se debió a la vergüenza y repudio que provocó su trabajo. ¿Cómo es qué un hombre a través de sus investigaciones puede salvar millones de vidas y, al mismo tiempo, puede asesinar a miles? Haber sentenciaba: “En tiempo de paz, un científico pertenece al mundo, pero, en tiempo de guerra, pertenece a su país”. ¿Será está una respuesta que pueda resolver ese dilema ético? Lo cierto es que diversos científicos y tecnólogos han participado en muchos proyectos que robaron miles de vidas. Entre otros ejemplos, podemos nombrar a los tecnólogos y científicos aplicados que participaron del proyecto Manhattan. 

Actualmente, muchos hombres de ciencia y técnicos siguen desarrollando una infinidad de armas bajo el auspicio de distintos gobiernos, sin importar el grado de coacción que tengan sus estados. Por tanto, el factor de la naturaleza humana y ciertas reglas sociales pueden determinar los comportamientos que los individuos toman dentro de su sociedad. La evolución condicionó y programó nuestro cerebro para vivir en sociedad. Los humanos evolucionamos para vivir bajo ciertos tipos de jerarquías sociales; al mismo tiempo, éstas se relacionan con el contexto cultural en el que los individuos se encuentran. Estudios como el experimento de Stanley Milgram, en 1963, nos pueden proporcionar algunas luces de lo que sucede, por ejemplo, en materia obediencia, bajo cierto criterio de jerarquía. Este experimento trataba de observar hasta dónde las personas pueden llegar a infringir dolor bajo la tutela de una autoridad. El resultado planteaba que más del 60% de los participantes podía llegar a infringir el máximo dolor (según el experimento), poniendo en riesgo la vida de otras personas. Aparentemente, nuestra naturaleza y el condicionamiento social hacen que ejecutemos acciones quitándonos nuestra responsabilidad individual y la depositemos en terceros, entre otras muestras, las autoridades. Lo que se quiere plantear es que, más allá de los avances científicos puros o básicos en ciencia y las regulaciones al avance tecnológico para mejorar las condiciones de vida de nuestra moderna civilización, es importante formar ciudadanos más reflexivos y dispuestos a analizar mejor los dilemas morales que se renuevan con la dinámica cultural y social. 

La sociedad no solo suministra científicos, sino también gobernantes, y es difícil que cualquier tipo de gobierno, ya sea de izquierda o derecha, quiera plantear reformas educativas que promuevan ciudadanos reflexivos, empoderados o cuestionadores. Pero, si los gobiernos no pueden formular planes educativos para una nueva y moderna sociedad, estos debieran ser planteados desde la misma sociedad civil a través de su institucionalidad. Claro está que se necesita el compromiso ciudadano para el cumplimiento de leyes a fin de llevar a cabo una relativa buena convivencia. 
Pero los desafíos sociales, bajo el desarrollo sin precedente de la tecnología y la evolución de la política global, ponen a la filosofía como una herramienta imprescindible en nuestro tiempo. Hawking aseguraba que la filosofía ha muerto, pero es más necesaria que nunca, sobre todo en el campo de la ética. Una sociedad que no cultive individuos que piensen por sí mismos, que cuestionen la autoridad y que no obedezcan porque existen razones para hacerlo, no prepara ciudadanos ni, menos aún, sociedades para vivir en libertad.


Imagen tomada de: http://content.time.com/time/covers/0,16641,19460701,00.html

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