Mario G. Mercado Callaú
Entre los eventos de mayor
alegría, satisfacción y dicha que muchos mortales podemos sentir en algunos
instantes de nuestra vida, se encuentran aquellos momentos dentro de una cama, entre
sábanas, con aquel objeto de nuestros
más ardientes deseos. Planteo aquello porque en este rincón del mundo, la mayor
parte de los individuos que conforman nuestra sociedad, no lo expresan como
algo importante de su existencia o, como parte de cierta plenitud en sus vidas.
A pesar de aquello, hablar sobre lo bueno que se siente tener sexo, es un
problema menor comparado con el tabú que significa hablar sobre lo que rodea o
es el amor.
El 27 de agosto de 1937, el gran
poeta Raúl Otero Reich escribió: Sobre
amor jamás reflexiones. Jamás hagas análisis ni crítica. Le quitarías con ello
su misterio. El amor es una religión, a la que hay que tomar a ciegas. Por
suerte, su coterráneo, Manfredo Kempff Mercado no siguió aquella sugerencia y
en 1973 publicó su obra Filosofía del amor.
Allende de lo que sugieren poetas y escriben
los filósofos, no se tiene la costumbre o el hábito de hablar en familia y con amigos,
de aquel tema trascendental para la vida de cualquier persona. Parece que, sólo
bastara con escuchar cada fin de semana un sermón que incluya a veces aquel
tema como algo central o, como subyacente a otras temáticas dentro de cualquier
liturgia religiosa. El problema estriba, porque el amor puede tener distintas
acepciones y conceptos, así como distintos vínculos afectivos. Es evidente que
el amor por un hijo, no es igual al que se siente por un hermano o amante. En
tal sentido, este breve escrito se circunscribe en el amor de pareja, es decir,
el amor sentimental o amor romántico.
El amor es algo central para la
mayoría de los seres humanos. Es probablemente el sentimiento que más dichas y
sufrimientos trae a nuestra especie. Sin embargo, en la práctica reflexiva no
parece muy importante. Probablemente un número de personas coincida con Otero
Reich que es mejor expresarlo y sentirlo que reflexionarlo. No obstante, es válido preguntarse, ¿qué se gana y qué se pierde al reflexionar sobre el amor? Para
Otero la pérdida consiste en develar un misterio, empero, podemos ganar algún conocimiento que nos sirva para mejorar la forma de vivirlo en comunión
con el ser amado.
Para Alejandro Dolina, el amor no
se puede buscar o conquistar, simplemente sucede. En eso coincide Kempff
Mercado que escribe: al amor no se sale a
buscarlo. Tal vez suceda al contrario: es él quien lo encuentra a uno.
Ambos pensadores, no plantean no salir y buscar rincones que ofrezcan posibles
vínculos amorosos. Sino, más bien, no forzar el amor en los otros. Si tomamos
como ciertas la tesis de Dolina y Kempff, quizá nos lleve a tomar mejores
decisiones en la inversión de tiempo y recursos evitando vínculos que no
prosperarán nunca. Es probable que alguien esté pensando, ¿a caso no existen
ejemplos de personas que luchan por un amor imposible y llegan a conquistarlo?
La pregunta puede tener distintas respuestas con distintos matices, sin
embargo, en palabras de Kempff, en la
búsqueda del amor lo más probable es que se consigan amantes, no la persona
amada. Y los amantes pueden ser parte de relaciones informales como formales.
Comprender dentro de una relación
de pareja, la diferencia entre ser un amante y una persona amada, tiene que ver con un concepto que podríamos denominar madurez afectiva. Parte
de esa madurez afectiva presupone interpretar al amor desde una visión propia
del realismo afectivo. Bajo esas premisas, subrayo que, el amor es uno de los
pocos sentimientos que puede provocar
inmensas alegrías y días de gozo, al tiempo que, terribles sufrimientos y grandes
tragedias.
Hace ya varios años, desde las
investigaciones realizadas por el neurobiólogo Semir Zeki y su equipo de
investigación del Colegio Universitario de Londres, se sabe que los
sentimientos de odio y amor transcurren por las mismas vías cerebrales, sólo
que con algunas diferencias notables. Entre ellas se puede apreciar que
mientras el cerebro de una persona en estado de enamoramiento inactiva parte
del córtex donde se desarrollan las ideas racionales, el cerebro de una persona
que odia no inhibe aquella zona cerebral, sino, más bien, parece excitarla. Lo
que según Semir Zeki permitiría a una persona con odio llevar cuentas y
cálculos para un accionar que dañe a la persona odiada.
En ese sentido, como plantea el
neurocientífico Mariano Sigman, citando a Albert Costas, esto se relacionaría
con aquella paradoja del amor. En general, según Costas, tenemos inclinaciones
más agresivas, violentas y despiadadas con la gente que más amamos. Y que también, está vinculado con la confianza por
ser relaciones voluntarias, libres de la simulación y prejuicios, pero cargadas
por celos, fatiga y el dolor que causa la persona amada, desatando furias irascibles
e irracionales, muchas veces por cuestiones nimias. Esta paradoja del amor,
explica en parte, las acaloradas discusiones y violencia que puede existir
dentro de una pareja que se ama.
Recientemente otro estudio
realizado por el neurocientífico Kent Berridge de la Universidad de Michigan
sobre el placer, sugiere diferencias entre sentir gusto y sentir deseo.
Entender, por ejemplo, mejor estas diferencias conceptuales y la dinámica de
cómo nos afecta en nuestros vínculos emocionales y afectivos, puede ser
importante para entendernos a nosotros mismos y parte de nuestras vivencias
pasionales y amorosas, siendo estos elementos sustanciales del realismo afectivo.
Ahora bien, ¿qué pasa cuando el
dolor es mayor, por ejemplo, producto de una infidelidad o un desamor? Para
Dolina amar implica temor por todos los riesgos que aquello conlleva. Desde la
infidelidad hasta el desamor. En la actualidad, sobre todo en los más jóvenes,
las parejas se solicitan unos a otros tener responsabilidad afectiva para ser
claros sobre los sentimientos y emociones que existen hacia el otro. Sin
embargo, es evidente que, para tener una responsabilidad afectiva es necesario desarrollar primero cierta
madurez afectiva partiendo de un realismo afectivo. Y aquello implica reconocer
y aceptar que no todas las personas con las que mantenemos vínculos afectivos, tendrán
en igual medida y grado un nivel de responsabilidad afectiva similar al nuestro.
Por otra parte, el surgimiento de una casta de expertos en cuestiones de amor, sin mayores evidencias académicas, se dedica a sugerir soluciones para llevar a buen puerto problemas como la infidelidad y el desamor. Algunos suponen, por ejemplo, que toda infidelidad merecería una ruptura inmediata por ser una terrible traición y engaño. No obstante, sería poco razonable evaluar del mismo modo los distintos tipos de infidelidades y circunstancias sobre el porqué el ser amado nos traicionó. Estimo que la infidelidad de nuestra pareja con un colega de trabajo, no es igual en grado y dimensión que si la infidelidad fuera con nuestro hermano o mejor amigo.
Es verdad, que para el individuo
engañado, será difícil encontrar matices ante el descubrimiento de una infidelidad,
empero, partir de una interpretación del amor desde el realismo afectivo,
podría otorgarnos una capacidad adicional de reflexión sobre esos posibles
escenarios, aunque se perciban de improbable factibilidad. El gran amador y
seductor del siglo de las luces, Giacomo Casanova, escribió en sus memorias;
Historia de mi vida, que a pesar de su experiencia y pese al buen aprendizaje
que tuvo en este y otros campos desde su adolescencia, fue víctima de las
mujeres hasta la edad de sesenta años. Lo que sugiere que tener una relación
amorosa siempre será un riesgo, y esto implica la probabilidad de la
infidelidad, dada las características de nuestra especie y sus costumbres
morales.
Por otra parte, el realismo
afectivo podría ayudar a comprender y aceptar que siempre existirán personas a
las que nunca vamos a gustar y tampoco nos querrán o, en todo caso, nos podrán
dejar de amar. Subrayo aquello, porque el idealismo amoroso, muchas veces
promovido por la literatura y el arte cinematográfico distorsionan una visión
más realista del amor, y que se termina imponiendo, allende de la creencia y
convicción de los amantes.
Por lo tanto, el realismo
afectivo implica aceptar que, por más bello, talentoso, virtuoso y con un nivel
socioeconómico importante que se tenga, habrá personas que no nos amarán. En
todo caso, el dinero y el poder, por ejemplo, podrán pagar amantes, pero no
podrán comprar el corazón del ser amado. Es verdad, que un mortal con esas
cualidades estará en mejor posición y podría tener mejores posibilidades para
encontrar el amor, sin embargo, aquello, tampoco implica que nos dejen de amar
al cabo de un tiempo.
Hablar y reflexionar sobre el
amor desde distintas miradas, puede ayudar a consolidar una mayor madurez
afectiva. Que no sólo ayudará a aquellos amadores a soportar las vicisitudes de
aquel sinuoso camino, sino, también, puede ayudar a disminuir la violencia
pasional tan frecuente en nuestra sociedad.
Imagen pictórica de Jean-Baptiste Regnault, El origen de la
pintura; recuperada de: https://www.wga.hu/html_m/r/regnault/1dibutad.html
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