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sábado, 12 de noviembre de 2022

Hablar sobre lo que rodea y es el amor desde el realismo afectivo

 Mario G. Mercado Callaú

Entre los eventos de mayor alegría, satisfacción y dicha que muchos mortales podemos sentir en algunos instantes de nuestra vida, se encuentran aquellos momentos dentro de una cama, entre sábanas, con aquel objeto de nuestros más ardientes deseos. Planteo aquello porque en este rincón del mundo, la mayor parte de los individuos que conforman nuestra sociedad, no lo expresan como algo importante de su existencia o, como parte de cierta plenitud en sus vidas. A pesar de aquello, hablar sobre lo bueno que se siente tener sexo, es un problema menor comparado con el tabú que significa hablar sobre lo que rodea o es el amor.

El 27 de agosto de 1937, el gran poeta Raúl Otero Reich escribió: Sobre amor jamás reflexiones. Jamás hagas análisis ni crítica. Le quitarías con ello su misterio. El amor es una religión, a la que hay que tomar a ciegas. Por suerte, su coterráneo, Manfredo Kempff Mercado no siguió aquella sugerencia y en 1973 publicó su obra Filosofía del amor.

Allende de lo que sugieren poetas y escriben los filósofos, no se tiene la costumbre o el hábito de hablar en familia y con amigos, de aquel tema trascendental para la vida de cualquier persona. Parece que, sólo bastara con escuchar cada fin de semana un sermón que incluya a veces aquel tema como algo central o, como subyacente a otras temáticas dentro de cualquier liturgia religiosa. El problema estriba, porque el amor puede tener distintas acepciones y conceptos, así como distintos vínculos afectivos. Es evidente que el amor por un hijo, no es igual al que se siente por un hermano o amante. En tal sentido, este breve escrito se circunscribe en el amor de pareja, es decir, el amor sentimental o amor romántico.

El amor es algo central para la mayoría de los seres humanos. Es probablemente el sentimiento que más dichas y sufrimientos trae a nuestra especie. Sin embargo, en la práctica reflexiva no parece muy importante. Probablemente un número de personas coincida con Otero Reich que es mejor expresarlo y sentirlo que reflexionarlo. No obstante, es válido preguntarse, ¿qué se gana y qué se pierde al reflexionar sobre el amor? Para Otero la pérdida consiste en develar un misterio, empero, podemos ganar algún conocimiento que nos sirva para mejorar la forma de vivirlo en comunión con el ser amado.

Para Alejandro Dolina, el amor no se puede buscar o conquistar, simplemente sucede. En eso coincide Kempff Mercado que escribe: al amor no se sale a buscarlo. Tal vez suceda al contrario: es él quien lo encuentra a uno. Ambos pensadores, no plantean no salir y buscar rincones que ofrezcan posibles vínculos amorosos. Sino, más bien, no forzar el amor en los otros. Si tomamos como ciertas la tesis de Dolina y Kempff, quizá nos lleve a tomar mejores decisiones en la inversión de tiempo y recursos evitando vínculos que no prosperarán nunca. Es probable que alguien esté pensando, ¿a caso no existen ejemplos de personas que luchan por un amor imposible y llegan a conquistarlo? La pregunta puede tener distintas respuestas con distintos matices, sin embargo, en palabras de Kempff,  en la búsqueda del amor lo más probable es que se consigan amantes, no la persona amada. Y los amantes pueden ser parte de relaciones informales como formales.

Comprender dentro de una relación de pareja, la diferencia entre ser un amante y una persona amada, tiene que ver con un concepto que podríamos denominar madurez afectiva. Parte de esa madurez afectiva presupone interpretar al amor desde una visión propia del realismo afectivo. Bajo esas premisas, subrayo que, el amor es uno de los pocos sentimientos  que puede provocar inmensas alegrías y días de gozo, al tiempo que, terribles sufrimientos y grandes tragedias.

Hace ya varios años, desde las investigaciones realizadas por el neurobiólogo Semir Zeki y su equipo de investigación del Colegio Universitario de Londres, se sabe que los sentimientos de odio y amor transcurren por las mismas vías cerebrales, sólo que con algunas diferencias notables. Entre ellas se puede apreciar que mientras el cerebro de una persona en estado de enamoramiento inactiva parte del córtex donde se desarrollan las ideas racionales, el cerebro de una persona que odia no inhibe aquella zona cerebral, sino, más bien, parece excitarla. Lo que según Semir Zeki permitiría a una persona con odio llevar cuentas y cálculos para un accionar que dañe a la persona odiada.

En ese sentido, como plantea el neurocientífico Mariano Sigman, citando a Albert Costas, esto se relacionaría con aquella paradoja del amor. En general, según Costas, tenemos inclinaciones más agresivas, violentas y despiadadas con la gente que más amamos. Y que  también, está vinculado con la confianza por ser relaciones voluntarias, libres de la simulación y prejuicios, pero cargadas por celos, fatiga y el dolor que causa la persona amada, desatando furias irascibles e irracionales, muchas veces por cuestiones nimias. Esta paradoja del amor, explica en parte, las acaloradas discusiones y violencia que puede existir dentro de una pareja que se ama.

Recientemente otro estudio realizado por el neurocientífico Kent Berridge de la Universidad de Michigan sobre el placer, sugiere diferencias entre sentir gusto y sentir deseo. Entender, por ejemplo, mejor estas diferencias conceptuales y la dinámica de cómo nos afecta en nuestros vínculos emocionales y afectivos, puede ser importante para entendernos a nosotros mismos y parte de nuestras vivencias pasionales y amorosas, siendo estos elementos sustanciales del realismo afectivo.

Ahora bien, ¿qué pasa cuando el dolor es mayor, por ejemplo, producto de una infidelidad o un desamor? Para Dolina amar implica temor por todos los riesgos que aquello conlleva. Desde la infidelidad hasta el desamor. En la actualidad, sobre todo en los más jóvenes, las parejas se solicitan unos a otros tener responsabilidad afectiva para ser claros sobre los sentimientos y emociones que existen hacia el otro. Sin embargo, es evidente que, para tener una responsabilidad afectiva  es necesario desarrollar primero cierta madurez afectiva partiendo de un realismo afectivo. Y aquello implica reconocer y aceptar que no todas las personas con las que mantenemos vínculos afectivos, tendrán en igual medida y grado un nivel de responsabilidad afectiva similar al nuestro.

Por otra parte, el surgimiento de una casta de expertos en cuestiones de amor, sin mayores evidencias académicas, se dedica a sugerir soluciones para llevar a buen puerto problemas como la infidelidad y el desamor. Algunos suponen, por ejemplo, que toda infidelidad merecería una ruptura inmediata por ser una terrible traición y engaño. No obstante, sería poco razonable evaluar del mismo modo los distintos tipos de infidelidades y circunstancias sobre el porqué el ser amado nos traicionó. Estimo que la infidelidad de nuestra pareja con un colega de trabajo, no es igual en grado y dimensión que si la infidelidad fuera con nuestro hermano o mejor amigo.

Es verdad, que para el individuo engañado, será difícil encontrar matices ante el descubrimiento de una infidelidad, empero, partir de una interpretación del amor desde el realismo afectivo, podría otorgarnos una capacidad adicional de reflexión sobre esos posibles escenarios, aunque se perciban de improbable factibilidad. El gran amador y seductor del siglo de las luces, Giacomo Casanova, escribió en sus memorias; Historia de mi vida, que a pesar de su experiencia y pese al buen aprendizaje que tuvo en este y otros campos desde su adolescencia, fue víctima de las mujeres hasta la edad de sesenta años. Lo que sugiere que tener una relación amorosa siempre será un riesgo, y esto implica la probabilidad de la infidelidad, dada las características de nuestra especie y sus costumbres morales.

Por otra parte, el realismo afectivo podría ayudar a comprender y aceptar que siempre existirán personas a las que nunca vamos a gustar y tampoco nos querrán o, en todo caso, nos podrán dejar de amar. Subrayo aquello, porque el idealismo amoroso, muchas veces promovido por la literatura y el arte cinematográfico distorsionan una visión más realista del amor, y que se termina imponiendo, allende de la creencia y convicción de los amantes.

Por lo tanto, el realismo afectivo implica aceptar que, por más bello, talentoso, virtuoso y con un nivel socioeconómico importante que se tenga, habrá personas que no nos amarán. En todo caso, el dinero y el poder, por ejemplo, podrán pagar amantes, pero no podrán comprar el corazón del ser amado. Es verdad, que un mortal con esas cualidades estará en mejor posición y podría tener mejores posibilidades para encontrar el amor, sin embargo, aquello, tampoco implica que nos dejen de amar al cabo de un tiempo.

Hablar y reflexionar sobre el amor desde distintas miradas, puede ayudar a consolidar una mayor madurez afectiva. Que no sólo ayudará a aquellos amadores a soportar las vicisitudes de aquel sinuoso camino, sino, también, puede ayudar a disminuir la violencia pasional tan frecuente en nuestra sociedad.


Imagen pictórica de Jean-Baptiste Regnault, El origen de la pintura; recuperada de: https://www.wga.hu/html_m/r/regnault/1dibutad.html


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