«… que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha». Mateo 6:3
La historia universal cuenta con fulgurantes y épicos
momentos de genio para avances sin precedentes del desarrollo humano. Podríamos
denominarlos, como propusiera Stefan Zweig en un título de una de sus obras:
Momentos estelares de la humanidad. No obstante, también existen espacios más
prolongados que permiten un amplio espectro del desarrollo en campos tan variopintos
como; la política, la ciencia y las artes. Estos espacios temporales son muchas
veces denominados como «épocas o edades doradas». Es probable que coincidamos con el lector con
algunas de esas épocas, me refiero por ejemplo, a la época clásica griega, que
tuvo su edad de oro con el nacimiento de la democracia y la expansión del
comercio y poder político ateniense. También podríamos pensar en la época
dorada del Islam, entre los siglos VIII y XIII con avances importantes en el
comercio, la ciencia y las artes. Y así podríamos nombrar distintas edades de
oro, como el renacimiento y la ilustración, entre otras épocas sobresalientes
para la cultura universal.
Y aunque se pueden
encontrar individuos de distintos sexos y géneros que han aportado en aquellos
movimientos extraordinarios de la cultura humana, no sería mentir decir, las
pocas luces que arrojan las investigaciones sobre el aporte femenino, por
ejemplo, en aquellas edades doradas.
Pienso en la Ilustración. Aunque la igualdad educativa entre
hombres y mujeres era casi nula en su totalidad, hubo mujeres que fueron parte muy
importante y activa de esa expresión y cambio cultural, pero que sus nombres
(en caso de haber sido mencionados) no contienen las contribuciones que las
figuras masculinas de la época ostentan.
En sus cartas filosóficas, François-Marie Arouet
inmortalizado como Voltaire, divulga algunos métodos empíricos para combatir la
viruela en la Inglaterra de aquel tiempo. En aquella descripción decide colocar el nombre de una
mujer y el título de noble de otra, para describir la importancia que ambas
figuras jugaron en la protección de la vida, salud y belleza de sus
conciudadanos.
La primera mujer en nombrar es Lady Mary Wortley Montagu,
quien en tiempos de COVID-19 ha saltado a la fama como una de las pioneras de
la inmunización en occidente. Voltaire no sólo describe la fortaleza de espíritu
de aquella mujer, sino, la difícil decisión de inocular a uno de sus hijos
pústulas de viruela con el objetivo de lograr su inmunización.
Sin embargo, esta acción no ha podido ser trascendente para la salud pública de Inglaterra en ese momento y, la salud pública mundial de nuestro tiempo, sin una decisión política. Voltaire nombra a aquella figura política como la princesa de Gales y posterior reina de Inglaterra. Sin embargo, no escribe su nombre. En tal caso, conviene decir que se trata de Carolina de Brandeburgo-Ansbach.
Voltaire la describe como un filósofo amable en el trono; (que) nunca ha perdido ni una ocasión de instruirse ni de ejercer su
generosidad. Voltaire talla su descripción, no sólo como un ser piadoso,
sino también, como alguien comprometida con la cultura y el conocimiento.
Porque Carolina intervino en los debates de la física clásica como mediadora
entre el doctor Clarke (defensor de las ideas de Isaac Newton) y Gottfried Leibniz. En tal sentido, debido a su
aprecio por el conocimiento y al conocer las actividades de inmunización
llevadas por Lady Mary, no dudo en inmunizar a sus hijos para que el pueblo
inglés tomara su ejemplo. Voltaire destaca la importancia de ambas figuras
femeninas para salvaguardar la vida, salud y belleza de miles de familias
inglesas. Lo curioso, por ejemplo, es que Wikipedia describa muy pocas
cualidades de Carolina, entre ellas, los celos del esposo por su elevada
inteligencia debido a la correspondencia que mantenía con Leibniz.
Estas curiosidades parecen ser una constante en la vida de
muchas mujeres en distintas épocas. En esa línea, sin pasarnos a otra edad de oro y,
manteniendo como hilo conductor la figura de Voltaire, podríamos hablar de; Gabrielle
Émilie de Breteuil, más conocida como Madame du Châtelet.
Emilie du Châtelet pasó a la historia, como la querida (por
decirlo de algún modo) de Voltaire. Sin embargo, su figura puede ser tan
impresionante o más que la del connotado filósofo. Emilie fue una importante
intelectual con estudios y aportes en matemática, física y filosofía. A la edad
de doce años hablaba más de cinco idiomas y traducía libros, del latín y el
griego al francés. También contribuyó a la divulgación científica haciendo un
aporte invaluable con la primera traducción al francés de Principios matemáticos
de la filosofía natural del gran científico, Isaac Newton. No es un hecho
menor, si coincidimos que aquel libro, es uno de los más importantes de la
historia de la física y la ciencia en general.
No obstante, gran parte de estas contribuciones han quedado
en las sombras, dejando fuera de la representación al cincuenta por ciento de
la población mundial, me refiero a las mujeres. Y aunque se han masificado
estudios por reivindicar los aportes de figuras que pertenecen a grupos
tradicionalmente marginados, todavía uno se puede encontrar con sujetos que, estimo,
tuvieron una educación deficiente o, nacieron con mentes iluminadas por mecheros
con escaso combustible que, con tono burlón, preguntan: “¿cuáles son
los aportes de las chicas a la cultura?”
Collage realizado con imágenes de Wikipedia de Lady Mary Wortley Montagu (izquierda), Carolina de Brandeburgo-Ansbach (centro) y Emilie du Châtelet (derecha).
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