Mario G. Mercado Callaú.
Para Bunge, “toda concepción
política supone una concepción del mundo” (2013, p.14). Bajo ese razonamiento,
la percepción, los valores individuales y colectivos, y la cultura en general
serán fundamentales para que cada individuo adopte ideologías que nos guíen en
el camino sobre, cómo y quién debe administrar el poder.
Tanto las ideas
individualistas, como colectivistas partirán de nociones ontológicas y
axiológicas diferentes que, en algunos momentos pueden entenderse como contrarias.
Por ejemplo, a la pregunta, ¿quién
es más importante en una sociedad, el individuo o el conjunto de la población?
La mirada desde enfoques diferentes traerán respuestas, no sólo opuestas, sino
diversas. Es así que, los individualistas, por ejemplo, podrían optar por la
defensa de la libertad individual y, valores que contribuyan a su fortaleza y
ejercicio. Mientras, los colectivistas podrían hacer énfasis en la justicia
social y la colectividad. En ambas posturas se tejerán entramados filosófico-morales
para el nacimiento de distintos tipos de ideologías, pudiendo en algunos casos
crear posturas diametralmente opuestas que, desde lo político tendrá consecuencias
en nuestra convivencia.
Es por esos que, aunque en
ambas posturas existan argumentos que puedan ser sustentados desde lo filosófico
y moral, para Bunge habrá cabida para analizarse la cuestión desde el
conocimiento científico actual. Y que también pueda generar argumentos
filosóficos y morales para ideologías que busquen el bienestar humano. “En mi
opinión, la filosofía política sobresale cuando se la combina con datos o
teorías sociales, económicas o legales…” (Bunge, 2013, p.23).
La tesis central de su libro,
Filosofía Política: solidaridad, cooperación y democracia integral, plantea que
una política responsable debe estar sustentada en la filosofía, especialmente
en la ética, así como en la tecnología social.
Bunge (2013) nos estructura
su visión política a través de un bosquejo filosófico, donde la forma de su
base es la de un hexágono. Sus lados están conformados de la siguiente forma:
un primer pilar es su materialismo emergentista, que se contrapone al al idealismo filosófico y al reduccionismo
radical; otro pilar es su sistemismo, donde cada entidad, incluyendo el hombre,
pertenece a un conjunto de sistemas, esta idea es una alternativa al
individualismo o atomismo, así como también frente al holismo o
estructuralismo; otro puntal es el dinamismo, que plantea la tesis de que en el
mundo real todo es mudable y perfectible; un nuevo pilar, no menos importantes
es su realismo científico, que se diferencia del realismo ingenuo, el
subjetivismo y el relativismo político; un quinto puntal, a diferencia de
visiones positivistas en otras ideologías políticas, Bunge rescata el
humanismo, en contra de posiciones sobrenaturalistas y egoístas; y por último
la exactitud, contrapuesta a la imprecisión y la oscuridad de ideas. No
obstante, esta estructura no está completa sin su centro. Aquí la ciencia juega
un rol central como herramienta para entender el mundo, al hombre y hacer los
cambios que la política y la sociedad necesiten. En otro sentido, para Bunge no
debe existir una filosofía política sin lógica, ni semántica, esta sería poco seria.
Sin ontología no tendría estructura, sin gnoseología sería acéfala y si no
tiene ética tampoco tendría donde apoyarse.
Así como toda ideología
parte de una concepción de la realidad y del mundo, también lo será tener una
concepción del hombre. Bunge plantea que podemos encontrar tres tipos de
comportamiento social en el hombre: egoísta, altruista y reciprocador.
Dentro del reciprocador,
según Bunge (2013), podemos encontrar a un reciprocador débil (aquel que hace bien por bien y mal por mal) y
fuerte (aquel combina el altruismo recíproco más la cooperación).
Este tipo de comportamiento
social se debe a distintas propiedades que se pueden encontrar en la especie
humana. Una de ellas es la plasticidad cerebral
o neuronal. La plasticidad cerebral no solo permitiría recablear los
procesos cerebrales en nuestra especie, sino también permitiría recomponer la
sociedad. En consecuencia, “la plasticidad neuronal es una fuente de
plasticidad social, que es la capacidad de inventar nuevas normas de conducta,
así como de organizar y reorganizar los sistemas sociales” (2013, p.89). Por
tanto, Bunge niega el reduccionismo de las distintas posturas biologisistas de
la predeterminación de la naturaleza humana por parte de sus genes, como
también aquellas posturas culturalistas que niegan las propiedades biológicas
humanas. La evidencia actual supone que los distintos sistemas a los que
pertenece el hombre juegan en los cambios que se hacen en la sociedad y en la
política. “En pocas palabras, existe una cosa llamada naturaleza humana, de
igual modo que hay una naturaleza canina, pero no es ni rígida, ni
infinitamente maleable, ni angelical ni satánica: la naturaleza humana es
plástica. El genoma es posibilidad no destino” (2013, p.96).
Así mismo, podemos encontrar
una dualidad en nuestra especie la de competidor y cooperador. Estas
características del comportamiento humano se pueden ver afectadas bajo ciertas
reglas sociales, intereses individuales y colectivos, valores, costumbres y
tradiciones pudiendo crear las condiciones para que cualquiera de estos rasgos
se refuerce en los individuos y en la colectividad de una sociedad determinada.
Para Bunge un sistema
político que puede crear las condiciones para incentivar la cooperación es en
una sociedad democrática. “La democracia no es sólo el mejor medio para
distribuir y controlar el poder: también es el objetivo que debe conseguirse
con la participación ciudadana” (2013, p.81). Participación que no sólo implicará
el ejercicio y/o soberanía de los derechos humanos fundamentales, sino también
el de ser responsables mediante deberes que tiene cada ciudadano.
En ese sentido, Bunge destaca que una “sociedad
buena está estructurada bajo el concepto de democracia integral, guiada por
tecnologías sociales” (Bunge, 2013, p.473). Si bien la democracia planteada
como sugiere Dahl (1989, p. 221) citada por Bunge (2013, p.477) tiene siete condiciones
como: funcionarios públicos electos, elecciones libres y justas, voto
inclusivo (todos los ciudadanos), derecho a competir por los cargos públicos,
libertad de expresión, información alternativa (no oficial) y autonomía
asociativa (partidos políticos, grupos de presión y ONG independientes), serán
también importantes el aspecto de la gobernanza y el de la agenda ciudadana.
En tal sentido Bunge hace
hincapié en la participación ciudadana en todas las decisiones políticas que se
tomen. En su concepción de democracia Integral, a través de un diagrama causal
cerrado, explica que la participación
ciudadana y el debate público alientan la cohesión social y ciudadana, lo que a
su vez incrementa la estabilidad del gobierno y mejora el sistema democrático.
No obstante, algunas
instituciones como un capitalismo sin frenos o, una estatización completa de
las actividades económicas, son igualmente peligrosas para la estabilidad
democrática. Es por eso que, a través del conocimiento científico actual
podemos entender ciertas estructuras del mundo, del hombre y los sistemas en
los que interactúa, para crear instituciones que impulsan políticas que como
consecuencia generen las condiciones propicias para un sistema social de
mercado, es decir el desarrollo de sistemas de cooperativas.
Por lo tanto tomando los
argumentos de Louis Blanc (1847) citados por Bunge las sociedades cooperativas
tienen virtudes que la hacen sostenible y una alternativa seria de desarrollo.
Estas virtudes son: primero, que los trabajadores trabajan para sí mismos;
segundo, la sociedad no tendría grandes cantidades de individuos convertidos en
parásitos para su sociedad; tercero, ciertos movimientos de producción no
permanecerían en la oscuridad y cuarto, porque con la desaparición de la
competencia, ya no se tendría que calcular enormes despilfarros de capitales
que resultan de cierres de empresas, quiebras sucesivas, mercadería que no se
venden y se pierden, paros y huelgas por trabajadores que nacen de la
competencia.
Entre los datos que
refuerzan sus tesis está el expuesto por Cronan (2006) citado por Bunge donde
se detalla que, las 300 cooperativas más importantes del mundo tienen un
ingreso anual cerca al billón de dólares anuales, equivalente al PIB de Canadá
(2013, p.504). Así mismo, no es menor decir que el 90% fueron establecidas
antes de 1980, una cantidad de tiempo que no tiene comparación con otras
empresas del sector privado, debido a que solo un tercio de empresas nuevas
superan los cinco años. (2013, p.504). Una de las cooperativas más longevas
data del año 960, se trata de El Tribunal de Aguas de la Vega de Valencia. Hay
que decir también que los sistemas de cooperativas en sus distintas categorías
(comunales, productores independientes y de los trabajadores) están vigentes en
gran parte del mundo. Sólo en Italia se contabilizan más de 140.000 cooperativas agrupadas en tres confederaciones
(2013, p.505).
Bunge hace relevante que
“las cooperativas administradas por los trabajadores ofrecen mayor seguridad laboral
que las empresas capitalistas, las cuales probablemente se replieguen si las
ganancias disminuyen, en tanto que en las épocas duras, los trabajadores
propietarios probablemente continúen adelante porque su prioridad es subsistir,
no hacerse ricos” (2013, 505).
En Bolivia por ejemplo, el
movimiento cooperativo va ganando importancia cada año. Por ejemplo, entre el
año 2005 y 2010 hubo un crecimiento de un 70% de nuevas cooperativas, lo que
hace hasta 2012 un total de más de 1.400 cooperativas activas en todo el país
(Mogrovejo y Vanhuynegem, 2012).
Si bien es conocido, en
Bolivia el éxito de cooperativas como aquellas que brindan servicios básicos en
Santa Cruz de la Sierra: COTAS, CRE y SAGUAPAC, para Bunge existen ejemplos de
lo que no se debe hacer para evitar problemas bajo ese sistema de desarrollo,
casualmente, uno de sus ejemplos es en Bolivia. En el caso de las cooperativas
mineras bolivianas los más de cuatro mil trabajadores se asignaron importantes ganancias,
menoscabando la reinversión, por ejemplo, en sus sistemas de ventilación,
haciendo que las minas sean inseguras y peligrosas para la salud. En 2007
estalla un conflicto entre mineros cooperativistas y mineros asalariados. Los
cooperativistas mineros avasallaron vetas más provechosas en una misma mina que,
según los informes de prensa, estaban los mineros asalariados. Ambos grupos de
trabajadores explotaban la mina de Huanuni. Para Bunge (2013) esto se debió a
factores que tuvieron que ver con la nacionalización de la mina, una incorrecta
autogestión por parte de los cooperativistas mineros y porque remplazaron la
solidaridad por el “espíritu” del capitalismo.
Sin embargo, uno de los
ejemplos más notables del sistema cooperativo en Bolivia es lo que sucede al
norte del departamento de La Paz. El Ceibo -la cooperativa central para la
producción de cacao- se convirtió en el mayor exportador de productos de cacao
orgánico del país. Existe una solidaridad y sinergia entre grupos étnicos
diferentes como quechuas, aymaras y mosetenes.
El Ceibo ha sido descrito como una de las cooperativas mejor
establecidas en el país desde su establecimiento en 1977, después de la
asociación de 12 cooperativas individuales para comenzar a comercializar el
cacao. Desde 1987, El Ceibo tiene estado exportando cacao orgánico certificado
a mercados principalmente en Alemania y Suiza. Hasta 2012, había 50
cooperativas afiliadas, o 1200 familias, a la cooperativa central (Holmgren, 2012).
Además de recolectar, procesar, comercializar y exportar el cacao de todos los
agricultores y cooperativas afiliadas, El Ceibo brinda asistencia técnica y formación
constante a sus asociados.
En definitiva, Bunge nos deja provechosos argumentos a tomar en cuenta
para que ocurra un cambio en la política nacional e internacional en este siglo
XXI. Sus sugerencias buscan lograr mayor libertad, igualdad, justicia social,
un medio ambiente sano y una convivencia pacífica, a través del mejor conocimiento que tenemos en la actualidad,
la ciencia y, una visión filosófica realista. Y nos sugiere a los cruceños,
paceños y bolivianos en general, no perder aquellos valores y condicionantes
que fueron parte del éxito de nuestros desarrollo a través del sistema de
cooperativas.
Bibliografía
Bunge, M., (2013). Filosofía política:
solidaridad, cooperación y democracia integral. Barcelona-España: Gedisa.
Holmgren, C. (2012). Do Cooperatives Improve
the Well-being of the Individual?-A Case Study of a Bolivian Farmers'
Cooperative.
Mogrovejo, R. y Vanhuynegem, P. (2012).
Visión panorámica del sector cooperativo en Bolivia. Un modelo singular de
desarrollo cooperativo. La Paz-Bolivia: Organización Internacional del Trabajo
(OIT).
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