Mario G. Mercado
Callaú1
Luz Natalia Mercado
Callaú2
La pandemia producida por la
expansión del virus SARS-CoV-2, ha generado una gran preocupación para proteger
nuestra salud y vida, y la de nuestros seres queridos. En consecuencia, muchos
ciudadanos nos hemos visto obligados a seguir con ciertos protocolos que
autoridades públicas e instituciones intergubernamentales han estado sugiriendo
en los últimos meses. En gran medida, mucha de esta información está sustentada
en investigaciones que contribuyen a una mejor decisión y accionar de los individuos
en todas partes del mundo.
Podemos decir que uno de los
sectores de la sociedad más vulnerable, es aquel que no tiene acceso a la
información. Lo que puede repercutir en mayores riesgos por no tener criterios
pertinentes sobre ciertas acciones o procedimientos que se debe llevar a cabo
para prevenir el contagio, identificar síntomas y medidas a realizar en caso de tener a un
familiar enfermo en el hogar. Sin embargo, la desinformación y el no poseer
herramientas para “cribar” la información pertinente, coloca a gran parte de la
población mundial, con sistemas educativos deficientes, en igual condición de
riesgo que aquellos que no tienen acceso a la información.
Se ha podido observar, por ejemplo, a individuos que niegan la pandemia y su peligro, personas que por distintas razones se niegan a seguir con procedimientos que disminuyen los riesgos, creencias en tratamientos “preventivos” o en las llamadas curas “milagrosas”, etc.
No es causal observar que, países como Bolivia, Ecuador y
otros en vías de desarrollo estén emergiendo distintos tipos de tratamientos
“alternativos”, que no sólo carecen de evidencia científica, sino que también, presentan
potenciales riesgos para la salud y vida de sus consumidores. Al mismo tiempo,
sus costos son relativamente bajos y similares con relación a protocolos
generales de tratamiento (para personas con cuadros de infección fase I) que se
usan en la mayoría de los protocolos en hospitales y clínicas de la región.
En ese sentido vamos a analizar
los riesgos y la metodología de utilizar dióxido de cloro como “tratamiento
alternativo” para individuos que padecen COVID-19.
Breve
historia del descubrimiento y utilización del cloro (Cl2) y dióxido
de cloro (ClO2)
El cloro como elemento fue
descubierto en el año 1774 por el químico sueco
Carl Wilhelm Scheele (1742-1786). Él fue quien por primera vez aisló
este gas verde amarillento, sin embargo no lo reconoció como elemento, sino más
bien como un compuesto. Por eso muchos historiadores de la ciencia le atribuyen
este descubrimiento al químico británico Humphry Davy (1778-1829) treinta años
después. Davy venía trabajando con el ácido clorhídrico y demostró que este no contenía oxígeno, y en
consecuencia halló que este gas verde amarillento era un elemento, al que se
denominó cloro palabra griega que significa «verde» (Asimov, 2014).
Uno de los momentos que más
relacionado está con la posterior utilización de los distintos compuestos de
cloro es lo que sucedió en 1854. A lo largo de la historia se han registrado
diferentes pandemias provocadas por la bacteria Vibrio cholerae que ocasiona la enfermedad del cólera en humanos.
En las primeras décadas del siglo XIX se había desatado otra epidemia de cólera
en Europa, proveniente de la India donde era endémica. Pero todavía no había
certeza de que provocaba está enfermedad. La mayoría de expertos creía que esto
estaba ocasionado por el aire, sin embargo el médico inglés John Snow
(1813-1858) en 1854 estudió el fenómeno en una zona de Londres desde un enfoque
geográfico. Levantando datos de personas enfermas llegó a la conclusión que
todos los enfermos bebían agua de una misma fuente, que estaba a escasos metros
de la tubería de desagüe de la zona. Se alertaron a las autoridades y la bomba
de agua fue clausurada eliminando la epidemia de cólera en las calles de
Londres. Está investigación permitió el desarrollo de investigaciones y
tecnologías de saneamiento que fueron importantes para el desarrollo del uso de
químicos como desinfectantes para la potabilización del agua.
“El ejemplo más antiguo que se conoce es el
de Middelkerke, Bélgica, donde en 1902 se puso en marcha la primera planta de
cloración. Antes de la filtración se añadía cloruro de calcio y percloruro de
hierro. En Reino Unido se implantó en 1905, cuando un filtro de arena lento y
defectuoso y un suministro de agua contaminado causaron una grave epidemia de
tifus en Lincoln. Alexander Cruickshank Houston utilizó la cloración del agua
para detener la epidemia. Emplearon hipoclorito de calcio” (García, 2020,
párr. 13).
Del mismo modo, el médico
John Laing Leal (1858-1914) en 1908 fue responsable de concebir e implementar
la primera desinfección de un suministro de agua potable de EE. UU., utilizando
hipoclorito de calcio (García, 2020). Hasta entonces ya era bastante conocida
las propiedades oxidantes y biocidas del cloro y, de algunos de sus compuestos
químicos.
Bajo este contexto el
dióxido de cloro toma protagonismo a mediados del siglo XX. Se comienza a utilizar
en plantas de tratamiento cercanas al río Niágara, también en 1944 es utilizado
en New York para destruir los fenoles en el agua potable. Esta propiedad hace
que su uso sea bastante extendido desde 1956, en Bélgica, donde se cambia la
utilización del cloro por el dióxido de cloro (Wikipedia, 2020). Esto porque la
utilización de cloro libre y cloramina (monocloramina) generan coproductos de desinfección (por sus siglas en
inglés DBP) del agua como el trihalometanos THMs (Baird y Cann, 2014). Este
producto es considerado peligroso para la salud y medioambiente, además de ser considerado
un carcinógeno. Una de las ventajas del dióxido de cloro (ClO2) es
su fuerte poder oxidante, que exige menos concentraciones y sólo genera un 30% de
THMs, en comparación con los anteriores desinfectantes.
El
dióxido de cloro (ClO2) en la actualidad
El dióxido de cloro (ClO2)
es un gas pesado amarillo rojizo de olor desagradable. Es un oxidante muy
activo y es eficaz para controlar olores y sabores por la contaminación
química, sobre todo con compuestos de tipo fenólicos (Morales, 2012). Por tener
las propiedades de un oxidante fuerte es utilizado en procesos de
blanqueamiento de pulpa de madera en combinación con cloro y en la industria
textil.
Por otra parte, su
utilización como desinfectante de aguas es destacada en textos académicos,
donde se clasifica su efectividad para distintos tipos de patógenos. Es «excelente»
para la eliminación de bacterias y virus, «bueno» para la eliminación de
protozoos y «pasable» para la eliminación de endosporas (Mihelcic y Zimmerman,
2015). Sin embargo, al igual que otros desinfectantes clorados de agua genera
DBP. En el caso del dióxido de cloro la mayor preocupación es la generación de
cloratos y cloritos, DPB clasificados como tóxicos.
Por lo tanto analizaremos
algunos estudios sobre los riesgos y sus posibles consecuencias en la salud.
Estudios sobre el consumo oral e inhalación de dióxido de cloro (ClO2)
El Informe: «EPA 2000:
Toxicological Review of Chlorine Dioxide and Chlorite», que recoge los análisis
realizado por el Sistema de Información Integrado de Riesgos (Integrated Risk
Information System IRIS) - para el dióxido de cloro y clorito - en sus
conclusiones principales sobre el potencial peligro en humanos nos dice:
“Las
bases de datos de toxicidad animal para el dióxido de cloro y el clorito son
bastante completas, compuestas de estudios subcrónicos y crónicos, estudios
reproductivos y de desarrollo e información toxicocinética y mecanicista.
Múltiples estudios en animales han mostrado alteraciones similares en los
puntos finales del desarrollo neurológico, como el peso cerebral y las medidas
de comportamiento. La mayoría de estos estudios han utilizado un número
suficiente de animales y han empleado rutas de exposición (gavaje y agua
potable) relevantes para la exposición humana. La mayoría de los estudios de
desarrollo han utilizado ratas y han mostrado una definición bastante
consistente de NOAEL / LOAEL (Nivel de efecto no observable/Nivel de efectos
adversos más bajo observables)” (EPA, 2000, p. 39).
En cuanto a la respuesta de
la dosis, las probabilidades del riesgo humano son resultado de la exposición
oral crónica a niveles bajos de dióxido de cloro o clorito en animales, debido
a que no se disponen mayores datos en humanos. Uno de los efectos primarios de
toxicidad se tiene en el desarrollo neurológico de la descendencia de las ratas
expuestas a dióxido de cloro en agua potable. En tal sentido se estima como dosis
de referencia (RfD) oral para el dióxido de cloro “3 × 10-2
mg / kg-día. Esto es 1/100 del nivel de efecto no observable (NOAEL),
utilizando la toxicidad del neurodesarrollo en un estudio de ratas de dos
generaciones como indicador de efectos adversos. La confianza general en esta
evaluación de RfD es de media a alta” (EPA, 2000 p. 40).
Existe una confianza
bastante alta en estos datos porque hay
estudios en diferentes especies, estudios de duración crónica en hombres y
mujeres, estudios de toxicidad reproductiva y un estudio multigeneracional, por
lo tanto el umbral para efectos adversos se define de manera consistente entre
los estudios realizados en animales. (EPA, 2000).
Por otra parte, la base de
datos del IRIS ha identificado riesgos por inhalación. En el caso de las
inhalaciones de dióxido de cloro (ClO2), de la misma manera los datos
en animales muestran que existen problemas de toxicidad en el tracto
respiratorio. De tal manera que la
concentración de referencia (RfC) por inhalación para el dióxido de cloro es 2
× 10-4 mg / m3. En este caso la confianza general en la
concentración de referencia (RfC) es baja, debido a que los estudios realizados
por Paulet y Desbrousses (1970, 1972) identificaron un nivel de efectos adversos más bajo, observables en solo
dos especies (ratas y conejos) con problemas pulmonares a una exposición entre
45 y 60 días que carecen de mayores detalles experimentales. (EPA, 2000).
Otros estudios crónicos experimentales en ratas, con
ingestión oral de concentraciones entre 100 mg/lt y 1000 mg/lt de ClO2,
NaClO2 o NaClO3,
en su agua potable por un año, mostraron alteraciones en la morfología
de los eritrocitos y fragilidad osmótica. Por otra parte, a concentraciones más
altas se produjo anemia hemolítica leve. El mismo estudio muestra una
alteración en la incorporación de 3H-timidina en los núcleos de varios órganos
de las ratas. Los investigadores sugieren la probabilidad de aumentar las
células de renovación de la mucosa gastrointestinal e inhibir la síntesis de
ADN en varios de los órganos de las ratas. Así mismo, la mayor preocupación de
estos investigadores se centra en la aparente reducción de la síntesis de ADN
en los testículos de las ratas macho, que está asociada con la espermatogénesis
deprimida y la toxicidad reproductiva. (Couri, Abdel-Rahmany y Bull, 1982).
Ahora bien, uno podría
todavía tener escepticismo, y observar que muchos de los datos presentados son
en estudios con roedores, ¿qué pasa con otros animales? En esa línea, un
estudio de toxicidad subcrónica del
dióxido de cloro en el agua potable en primates no humanos, nos habla de
problemas de toxicidad significativa debido a una inhibición en el metabolismo
de la tiroides a dosis aproximada de 9,0 mg/kg-día. Esto produce una baja
significativa de la tiroxina sérica después de la cuarta semana de exposición a
una concentración de 100 mg/lt (Bercz et al., 1982).
Pero ¿qué hay con los
humanos, quizás sólo afecte a los animales? En un estudio realizado a un hombre
de 20 años de edad que presentó anuria (suspensión de la secreción de orina a
100 ml al día) de un día de duración, después de un historial de consumo de 250
ml de ClO2 estable, la evaluación evidenció hemoglobina de 10.5 gm /
dL, recuento total de leucocitos - 11,000 / mm3, recuento de plaquetas - 1.5
lakhs / mm3, el frotis periférico fue normal. Su urea en sangre fue
de 188 mg / dL, la creatinina sérica fue de 7.2 mg / dL. Sin embargo, lo más
preocupante fue que el joven presentó una insuficiencia renal severa, en
consecuencia se tuvo que hacer una hemodiálisis. Luego se le realizó una
biopsia renal que mostró características sugestivas de necrosis tubular aguda
(Bathina et al., 2013).
Incluso, ya se tienen antecedentes de problemas clínicos por consumo de la Solución Mineral Milagrosa (MMS). En un informe de caso una mujer de aproximadamente de 41 años de etnia malaya presentó 11 días de fiebre y una linfadenopatía en el lado izquierdo del cuerpo, luego de consumir la Solución Mineral Milagrosa MMS (Loh & Shafi, 2014).
Análisis de riesgo de un caso hipotético de ingestión oral de dióxido de cloro (ClO2)
Todo nuevo profesional del
área de la ciencia e ingeniería ambiental sabe la importancia de realizar un
análisis de riesgo ambiental, sobre la exposición humana y de los ecosistemas a
cualquier elemento o compuesto químico. Definimos riesgo como “la probabilidad de daño, enfermedad o muerte
en términos generales” (Mihelcic y Zimmerman, 2015, p. 216). Por otra parte
el riesgo ambiental es el riesgo resultante a un peligro ambiental potencial,
que pueden ser químicos y/o patógenos. En tal sentido nos enfocaremos en el
riesgo químico del dióxido de cloro (ClO2).
Para hacer una evaluación de
riesgo completa está, se debe realizarse a través de cuatro componentes: 1)
evaluación de peligro, 2) evaluación de la dosis-respuesta, 3) evaluación de la
exposición y 4) caracterización del riesgo (Mihelcic y Zimmerman, 2015).
Para este análisis hipotético profundizaremos en la 1) evaluación del peligro y, haremos algún ejercicio a manera de ejemplo, para lograr 4) caracterizar el riesgo del dióxido de cloro (ClO2) por ingestión oral.
“Una evaluación de peligro consiste en una revisión y análisis de datos
de toxicidad, evidencia de peso que una sustancia provoca, pueden ser varios
efectos tóxicos y la evaluación si los efectos en un contexto ocurrirán también
en otro contexto” (Mihelcic y Zimmerman, 2015, p. 230). Como hemos podido
leer más arriba, muchos de los datos de toxicidad provienen de ensayos en
animales y estudios epidemiológicos en humanos. Para ello es de suma
importancia contar con una base de datos toxicológicos en humanos y en ecosistemas.
Muchos profesionales del área ambiental utilizan los datos del IRIS que es una
base de datos electrónica que contiene información sobre el efecto de cientos
que químicos en la salud humana. Está información proporcionada por el IRIS fue
desarrollada por la Agencia de Protección del Medio Ambiente de los Estados
Unidos (US EPA), para que la información pueda ser utilizada por cualquier
ciudadano que no entienda sobre temas relacionados a la toxicología (Mihelcic y
Zimmerman, 2015).
Con el ánimo de ejemplificar
los riesgos y hacer una medición hipotética de concentraciones de ingestión
para personas que ven en el dióxido de cloro un posible “tratamiento” para el
COVID-19, haremos el siguiente ejercicio.
Supondremos que un hombre
adulto de aproximadamente ochenta kilogramos de peso, ingiere una solución de
dióxido de cloro de un litro al día.
Para esto necesitamos
entender que:
Do =
Co*Ir/Bw
Donde:
Do = es la dosis que, para
nuestro ejercicio será la cantidad de químico que se ingiere de una solución y
se distribuye por la cantidad del peso corporal del sujeto en una unidad de
tiempo (mg/Kg-día).
Co = concentración de la
solución (mg/lt)
Bw = Peso corporal (kg)
Ir = Solución de ingestión
por unidad de tiempo (lt/día)
Para este ejercicio nuestra
Do será igual a RfD y lo que hallaremos será la concentración (Co) que consume
un hombre adulto que pesa 80 Kg y bebe una solución de 1 lt/día.
Por lo tanto despejamos Co y
tenemos:
Co =
Do*Bw/Ir
Ya sabemos que:
Do = RfD = 3 × 10-2 mg / kg-día
Bw = 80 kg
Ir = 1 lt/día
Como resultado tenemos que
la concentración (Co) es igual 2,4 mg/lt que es ingerida diariamente por este
hombre adulto. Pero si la solución es ingerida por una mujer de 60 kg o un niño
de 20 kg la concentración, con una ingestión de solución menor, será más alta, y en consecuencia el riesgo
será potencialmente mayor.
Aunque está concentración es
segura porque hemos utilizado como dosis la RfD, tanto la OMS y la EPA colocan
que el límite máximo permisible en agua potable para el dióxido de cloro (ClO2)
es de 0,8 mg/lt o 0,8 ppm (m/m) (OMS, 2011).
Ahora bien, si tomamos en
cuenta algunas soluciones que se venden por la red como posibles “tratamientos”
para COVID-19 y otras fisiopatologías, podemos encontrar la comercialización de
CDS (nombre comercial para el dióxido de cloro ClO2) y MMS (Solución
Mineral Milagrosa) que tienen distintos protocolos de consumo para “tratar” o
“curar” diversas patologías.
Para nuestro siguiente
ejercicio, seguiremos algunas recomendaciones que se encuentran entre los
consumidores de CDS. Está solución de ClO2 se comercializa en una
concentración de 3000 ppm (m/m) (por saturación gaseosa) que, es igual a 3000
mg/lt. Luego de adquirir el CDS se debe preparar una solución para consumir. Siguiendo
esa línea, se debe extraer 10 ml de CDS que deben ser vaciados en un litro de
agua destilada o mineral, para luego ser consumidas en aproximadamente dos
horas cada 15 minutos, distribuidas en ocho tomas (UMISALUD, 2020). Una
pregunta que surge es: ¿cuál es la concentración que se ingiere y la dosis que
consume una persona? ¿Es segura la dosis de consumo y cómo podemos saber el
riesgo? Existen distintos métodos para analizar la concentración y la seguridad
de la dosis. Primero calcularemos la concentración, sin embargo la dosis
dependerá de la cantidad de ingestión diaria de la solución y el peso corporal
que tenga el sujeto.
Siguiendo con el ejemplo, si
extraemos una solución de 10 ml de
dióxido de cloro que se encuentra a una concentración de 3000 mg/lt y, lo
vertimos a un litro de agua destilada, podemos deducir que habrá una disolución
de la concentración inicial. Por lo tanto mientras el volumen de 10 ml aumenta
a 1010 ml, la concentración se reducirá, lo que implica que a través de una
regla de tres inversa podemos calcular la nueva concentración.
3000 mg/lt -----------> 10ml
X --------------> 1010 ml
X = 3000 mg/lt*10ml /1010 ml
Co =
X = 29, 70 mg/lt
Debemos tomar en cuenta que
el dióxido de cloro al entrar en contacto con el agua y luego con nuestro
organismo produce clorito (ClO2-), clorato (ClO3-)
y cloruro (Cl-) (Mihelcic y Zimmerman, 2015). Siendo el clorito y
clorato DPB de preocupación para nuestra salud por su toxicidad.
Dicho lo anterior, aunque
hayamos obtenido una concentración de 29,70 mg/lt teóricamente de dióxido de cloro es probable
que la concentración sea mucho menor por la reacción y DPB formados en el agua
inicialmente y luego en nuestro organismo. En esa línea podemos suponer que
solo 10 mg/lt serán de dióxido de cloro (ClO2). Esto significa que,
para un hombre adulto que consume un litro de solución al día de dióxido de
cloro y pesa ochenta kilogramos, su ingestión es aproximadamente 4 veces superior
a una RfD y 13 veces superior a los límites máximos permisibles por la OMS y
EPA. Al mismo tiempo una persona de menor peso o de menor grupo etario,
consumirá una concentración mayor del químico de estudio.
Pero ¿cómo podemos evaluar
el riesgo?
Para evaluar un probable
riesgo mantendremos los mismos datos iniciales. Un hombre adulto que ingiere un
litro de esta solución al día y pesa ochenta kilogramos. También podemos
suponer que su cuerpo solo absorbe un treinta por ciento de la solución y el
resto es eliminado por la orina.
Con este dato adicional
podemos calcular si existe algún riesgo.
Por lo tanto calculamos la
nueva dosis:
Do = Co*Ir*30%/Bw
Do = 10 mg/lt*1 lt/día *0,3/ 80 kg
Do =
3,75x10-2 mg/kg-día
Como resultado tendremos una
nueva dosis de asimilación de 3,75x10-2
mg/kg-día. Para saber si el riesgo es
aceptable o no, utilizamos el coeficiente de riesgo (HQ). “El
riesgo aceptable para la exposición a un químico no carcinógeno se determina al
calcular el coeficiente de riesgo (HQ)” (Mihelcic & Zimmerman, 2015, p. 245).
Esto quiere decir:
HQ = Do/RfD
Donde:
HQ = Coeficiente de riesgo; Si HQ ≤ (menor o igual a) 1 la dosis es considerada segura.
Si HQ > (mayor que) 1 la dosis es considerada no segura.
Do = Dosis
RfD = Dosis de Referencia segura según la evidencia en animales y
estudios epidemiológicos en humanos.
Remplazando tenemos:
HQ = 3,75x10-2
mg/kg-día / 3 × 10-2 mg / kg-día
HQ =
1,25
Por lo tanto, podemos decir
que bajo esas condiciones de preparación la dosis no es segura y las personas
están frente a un riesgo de efectos adversos en su salud. Si bien estas
metodologías de evaluación de riesgo son jóvenes, tienen limitaciones e incertidumbres
(Tyler, 2002), es importante tener en cuenta que se tienen bastantes datos
sobre los riesgos que produce el dióxido de cloro (ClO2), al ser un
producto que se utiliza en la industria hace bastante tiempo.
No obstante, el riesgo mayor
no es la ingestión, sino la popularización de este compuesto químico como
“tratamiento” y “cura” para el COVID-19. Actualmente se comercializan distintas
“marcas” de dióxido de cloro (ClO2) sin ningún tipo de control. No
se tiene identificado su origen, procedencia y hasta composición química.
Muchos de estos productos no especifican su concentración y qué medidas se
deben tomar en caso de tener algún efecto adverso.
No es casual que
instituciones reguladoras como, la Administración de Alimentos y Medicamentos
de los Estados Unidos (FDA), la Agencia Española de Medicamentos y Productos
Sanitarios (AMPS) y la Agencia Estatal De Medicamentos Y Tecnología En Salud (AGEMED)
en Bolivia no otorguen autorización a productos químicos conocidos que entrañan
un riesgo para el consumidor. Sin embargo, en nuestro país, se sigue
comercializando en mercados, ventas y por particulares sin el mínimo control.
Breve
análisis epistémico y metodológico del uso de dióxido de cloro (ClO2)
como posible tratamiento
Aun así, alguien podría
pensar, ¿pero acaso el riesgo de intoxicación no es preferible si podemos “curarnos”
del COVID-19?
En primer lugar, debemos
decir que las propiedades del cloro se vienen estudiando desde aproximadamente
un poco más de doscientos cuarenta años. En el caso del dióxido de cloro un
poco más de cien años. Y aunque es difícil agotar el conocimiento que se puede
continuar extrayendo a un químico o compuesto, son bastante conocidas sus
propiedades dañinas para la salud.
En segundo lugar, existe actualmente
un problema de carácter epistémico al utilizar el dióxido de cloro como una
probable medicina. El concepto de “dióxido de cloro (ClO2) medicinal” es
inexistente en la literatura académica de alto impacto. Quiere decir que,
aunque el dióxido de cloro es estudiado desde distintos campos de la ciencia
como la química, bioquímica, toxicología, entre otras ramas, es inviable
articular el concepto de “dióxido de cloro (ClO2) medicinal” con teorías de la
medicina moderna y fisiopatología. Esto es relevante, porque sabemos que una
hipótesis científica no es simplemente una creencia o conjetura sin ningún tipo
de respaldo, sino que se establece a partir de información científica previa - tomando
en cuenta todos los riesgos estudiados - y con mayor razón cuando hablamos de
tentativos tratamientos para salvar vidas humanas.
Un tercer problema es la
“evidencia” mostrada por algunos profesionales de la salud. En algunos
programas de radios y televisivos, médicos que utilizan estos productos,
concluyen haber “tratado” y “curado” a más de trescientas personas. De estas afirmaciones
surgen muchas preguntas: ¿los enfermos eran de Fase I, IIA, IIB y/o III?, ¿Funciona
para enfermos graves o leves?, ¿Los enfermos eran de grupos etarios avanzado,
adultos, jóvenes, adolescentes o niños?, ¿Al decir que el dióxido de cloro
sirve como “cura” es porque elimina el virus o algunos síntomas? Y si elimina algunos
síntomas, ¿qué síntomas elimina y, es igual para todos?, ¿Cuál es la dosis en
la que este oxidante actúa contra bacterias y virus y, no contra nuestras
células? Estás y otras muchas preguntas
deberían ser contestadas a través de estudios bien estructurados y con el rigor
científico que amerita.
Sin embargo, lo que se tiene
por el momento son anécdotas, relatos de pacientes que dicen haberse curado, lo
que deja muchas incertidumbres en las conclusiones de estos médicos.
Suponiendo que se estén
haciendo estudios cualitativos en cuanto a la percepción de los pacientes, es
evidente que no se está utilizando una metodología adecuada para llegar a
conclusiones de tratamiento o cura. Estudios anecdóticos nos pueden ayudar a
describir las emociones, sentimientos de los pacientes que son ayudados, pero
no a identificar o, en todo caso determinar
que el dióxido de cloro (ClO2) pueda ser parte de un posible
“tratamiento” y en todo caso una “cura”.
Es bastante conocido los
problemas de percepción en nuestra especie. Por ejemplo, cuando un individuo
cree estar familiarizado y conoce un tipo de peligro, tiende a subestimar -en
el texto dice sobreestimar, pareciera existir un error de traducción por la
semántica del argumento - el grado de
riesgo. Otro factor es cuando los individuos interactúan voluntariamente con un
peligro tienden a subestimar el grado de riesgo, porque los individuos creen
tener el control sobre la situación (Mihelcic & Zimmerman, 2015).
Habiendo realizado un breve
análisis desde el enfoque de las ciencias ambientales, vemos que el uso de
dióxido de cloro (ClO2) tiene más riesgos que algún probable
beneficio. Y este riesgo será mayor en personas de grupos etarios menores, con
menor peso, adultos de la tercera edad y/o individuos con alguna enfermedad de
base. Además el riesgo se incrementa con la exposición constante a través de la
ingestión de este tipo de productos. En definitiva, se debe primero realizar investigaciones
rigurosas sobre esta sustancia, siguiendo procedimientos necesarios para evitar
exponer en riesgo a toda la población, a través de conclusiones que actualmente
no tienen ningún asidero.
1 Mario
Gabriel Mercado es Ingeniero Ambiental y docente de la Universidad Nacional
Ecológica
2 Luz Natalia Mercado es Máster en Medio Ambiente de la Universidad de Melbourne, Australia
2 Luz Natalia Mercado es Máster en Medio Ambiente de la Universidad de Melbourne, Australia
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Riguroso y esclarecedor artículo, gracias.
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