lunes, 13 de julio de 2020

Análisis desde la ciencia ambiental y metodología de la investigación sobre el riesgo de ingestión oral de dióxido de cloro (ClO2) como tratamiento para enfermos de COVID-19


Mario G. Mercado Callaú1
Luz Natalia Mercado Callaú2


La pandemia producida por la expansión del virus SARS-CoV-2, ha generado una gran preocupación para proteger nuestra salud y vida, y la de nuestros seres queridos. En consecuencia, muchos ciudadanos nos hemos visto obligados a seguir con ciertos protocolos que autoridades públicas e instituciones intergubernamentales han estado sugiriendo en los últimos meses. En gran medida, mucha de esta información está sustentada en investigaciones que contribuyen a una mejor decisión y accionar de los individuos en todas partes del mundo. 

Podemos decir que uno de los sectores de la sociedad más vulnerable, es aquel que no tiene acceso a la información. Lo que puede repercutir en mayores riesgos por no tener criterios pertinentes sobre ciertas acciones o procedimientos que se debe llevar a cabo para prevenir el contagio, identificar síntomas y  medidas a realizar en caso de tener a un familiar enfermo en el hogar. Sin embargo, la desinformación y el no poseer herramientas para “cribar” la información pertinente, coloca a gran parte de la población mundial, con sistemas educativos deficientes, en igual condición de riesgo que aquellos que no tienen acceso a la información.

Se ha podido observar, por ejemplo, a individuos que niegan la pandemia y su peligro, personas que por distintas razones se niegan a seguir con procedimientos que disminuyen los riesgos, creencias en tratamientos “preventivos” o en las llamadas curas “milagrosas”, etc.

No es causal  observar que, países como Bolivia, Ecuador y otros en vías de desarrollo estén emergiendo distintos tipos de tratamientos “alternativos”, que no sólo carecen de evidencia científica, sino que también, presentan potenciales riesgos para la salud y vida de sus consumidores. Al mismo tiempo, sus costos son relativamente bajos y similares con relación a protocolos generales de tratamiento (para personas con cuadros de infección fase I) que se usan en la mayoría de los protocolos en hospitales y clínicas de la región.

En ese sentido vamos a analizar los riesgos y la metodología de utilizar dióxido de cloro como “tratamiento alternativo” para individuos que padecen COVID-19.


Breve historia del descubrimiento y utilización del cloro (Cl2) y dióxido de cloro (ClO2)

El cloro como elemento fue descubierto en el año 1774 por el químico sueco  Carl Wilhelm Scheele (1742-1786). Él fue quien por primera vez aisló este gas verde amarillento, sin embargo no lo reconoció como elemento, sino más bien como un compuesto. Por eso muchos historiadores de la ciencia le atribuyen este descubrimiento al químico británico Humphry Davy (1778-1829) treinta años después. Davy venía trabajando con el ácido clorhídrico  y demostró que este no contenía oxígeno, y en consecuencia halló que este gas verde amarillento era un elemento, al que se denominó cloro palabra griega que significa «verde» (Asimov, 2014).

Uno de los momentos que más relacionado está con la posterior utilización de los distintos compuestos de cloro es lo que sucedió en 1854. A lo largo de la historia se han registrado diferentes pandemias provocadas por la bacteria Vibrio cholerae que ocasiona la enfermedad del cólera en humanos. En las primeras décadas del siglo XIX se había desatado otra epidemia de cólera en Europa, proveniente de la India donde era endémica. Pero todavía no había certeza de que provocaba está enfermedad. La mayoría de expertos creía que esto estaba ocasionado por el aire, sin embargo el médico inglés John Snow (1813-1858) en 1854 estudió el fenómeno en una zona de Londres desde un enfoque geográfico. Levantando datos de personas enfermas llegó a la conclusión que todos los enfermos bebían agua de una misma fuente, que estaba a escasos metros de la tubería de desagüe de la zona. Se alertaron a las autoridades y la bomba de agua fue clausurada eliminando la epidemia de cólera en las calles de Londres. Está investigación permitió el desarrollo de investigaciones y tecnologías de saneamiento que fueron importantes para el desarrollo del uso de químicos como desinfectantes para la potabilización del agua.

El ejemplo más antiguo que se conoce es el de Middelkerke, Bélgica, donde en 1902 se puso en marcha la primera planta de cloración. Antes de la filtración se añadía cloruro de calcio y percloruro de hierro. En Reino Unido se implantó en 1905, cuando un filtro de arena lento y defectuoso y un suministro de agua contaminado causaron una grave epidemia de tifus en Lincoln. Alexander Cruickshank Houston utilizó la cloración del agua para detener la epidemia. Emplearon hipoclorito de calcio” (García, 2020, párr. 13).

Del mismo modo, el médico John Laing Leal (1858-1914) en 1908 fue responsable de concebir e implementar la primera desinfección de un suministro de agua potable de EE. UU., utilizando hipoclorito de calcio (García, 2020). Hasta entonces ya era bastante conocida las propiedades oxidantes y biocidas del cloro y, de algunos de sus compuestos químicos.

Bajo este contexto el dióxido de cloro toma protagonismo a mediados del siglo XX. Se comienza a utilizar en plantas de tratamiento cercanas al río Niágara, también en 1944 es utilizado en New York para destruir los fenoles en el agua potable. Esta propiedad hace que su uso sea bastante extendido desde 1956, en Bélgica, donde se cambia la utilización del cloro por el dióxido de cloro (Wikipedia, 2020). Esto porque la utilización de cloro libre y cloramina (monocloramina) generan  coproductos de desinfección (por sus siglas en inglés DBP) del agua como el trihalometanos THMs (Baird y Cann, 2014). Este producto es considerado peligroso para la salud y medioambiente, además de ser considerado un carcinógeno. Una de las ventajas del dióxido de cloro (ClO2) es su fuerte poder oxidante, que exige  menos concentraciones y sólo genera un 30% de THMs, en comparación con los anteriores desinfectantes.


El dióxido de cloro (ClO2) en la actualidad

El dióxido de cloro (ClO2) es un gas pesado amarillo rojizo de olor desagradable. Es un oxidante muy activo y es eficaz para controlar olores y sabores por la contaminación química, sobre todo con compuestos de tipo fenólicos (Morales, 2012). Por tener las propiedades de un oxidante fuerte es utilizado en procesos de blanqueamiento de pulpa de madera en combinación con cloro y en la industria textil.

Por otra parte, su utilización como desinfectante de aguas es destacada en textos académicos, donde se clasifica su efectividad para distintos tipos de patógenos. Es «excelente» para la eliminación de bacterias y virus, «bueno» para la eliminación de protozoos y «pasable» para la eliminación de endosporas (Mihelcic y Zimmerman, 2015). Sin embargo, al igual que otros desinfectantes clorados de agua genera DBP. En el caso del dióxido de cloro la mayor preocupación es la generación de cloratos y cloritos, DPB clasificados como tóxicos.

Por lo tanto analizaremos algunos estudios sobre los riesgos y sus posibles consecuencias en la salud.


Estudios sobre el consumo oral e inhalación de dióxido de cloro (ClO2)

El Informe: «EPA 2000: Toxicological Review of Chlorine Dioxide and Chlorite», que recoge los análisis realizado por el Sistema de Información Integrado de Riesgos (Integrated Risk Information System IRIS) - para el dióxido de cloro y clorito - en sus conclusiones principales sobre el potencial peligro en humanos nos dice:

Las bases de datos de toxicidad animal para el dióxido de cloro y el clorito son bastante completas, compuestas de estudios subcrónicos y crónicos, estudios reproductivos y de desarrollo e información toxicocinética y mecanicista. Múltiples estudios en animales han mostrado alteraciones similares en los puntos finales del desarrollo neurológico, como el peso cerebral y las medidas de comportamiento. La mayoría de estos estudios han utilizado un número suficiente de animales y han empleado rutas de exposición (gavaje y agua potable) relevantes para la exposición humana. La mayoría de los estudios de desarrollo han utilizado ratas y han mostrado una definición bastante consistente de NOAEL / LOAEL (Nivel de efecto no observable/Nivel de efectos adversos más bajo observables)” (EPA, 2000, p. 39).

En cuanto a la respuesta de la dosis, las probabilidades del riesgo humano son resultado de la exposición oral crónica a niveles bajos de dióxido de cloro o clorito en animales, debido a que no se disponen mayores datos en humanos. Uno de los efectos primarios de toxicidad se tiene en el desarrollo neurológico de la descendencia de las ratas expuestas a dióxido de cloro en agua potable. En tal sentido se estima como dosis de referencia (RfD) oral para el dióxido de cloro  “3 × 10-2 mg / kg-día. Esto es 1/100 del nivel de efecto no observable (NOAEL), utilizando la toxicidad del neurodesarrollo en un estudio de ratas de dos generaciones como indicador de efectos adversos. La confianza general en esta evaluación de RfD es de media a alta”  (EPA, 2000 p. 40).

Existe una confianza bastante alta  en estos datos porque hay estudios en diferentes especies, estudios de duración crónica en hombres y mujeres, estudios de toxicidad reproductiva y un estudio multigeneracional, por lo tanto el umbral para efectos adversos se define de manera consistente entre los estudios realizados en animales. (EPA, 2000).

Por otra parte, la base de datos del IRIS ha identificado riesgos por inhalación. En el caso de las inhalaciones de dióxido de cloro (ClO2), de la misma manera los datos en animales muestran que existen problemas de toxicidad en el tracto respiratorio.  De tal manera que la concentración de referencia (RfC) por inhalación para el dióxido de cloro es 2 × 10-4 mg / m3. En este caso la confianza general en la concentración de referencia (RfC) es baja, debido a que los estudios realizados por Paulet y Desbrousses (1970, 1972) identificaron un nivel de efectos adversos más bajo, observables en solo dos especies (ratas y conejos) con problemas pulmonares a una exposición entre 45 y 60 días que carecen de mayores detalles experimentales. (EPA, 2000).

Otros estudios crónicos experimentales en ratas, con ingestión oral de concentraciones entre 100 mg/lt y 1000 mg/lt de ClO2, NaClO2 o NaClO3,  en su agua potable por un año, mostraron alteraciones en la morfología de los eritrocitos y fragilidad osmótica. Por otra parte, a concentraciones más altas se produjo anemia hemolítica leve. El mismo estudio muestra una alteración en la incorporación de 3H-timidina en los núcleos de varios órganos de las ratas. Los investigadores sugieren la probabilidad de aumentar las células de renovación de la mucosa gastrointestinal e inhibir la síntesis de ADN en varios de los órganos de las ratas. Así mismo, la mayor preocupación de estos investigadores se centra en la aparente reducción de la síntesis de ADN en los testículos de las ratas macho, que está asociada con la espermatogénesis deprimida y la toxicidad reproductiva. (Couri, Abdel-Rahmany y Bull, 1982).

Ahora bien, uno podría todavía tener escepticismo, y observar que muchos de los datos presentados son en estudios con roedores, ¿qué pasa con otros animales? En esa línea, un estudio de toxicidad subcrónica  del dióxido de cloro en el agua potable en primates no humanos, nos habla de problemas de toxicidad significativa debido a una inhibición en el metabolismo de la tiroides a dosis aproximada de 9,0 mg/kg-día. Esto produce una baja significativa  de la tiroxina sérica  después de la cuarta semana de exposición a una concentración de 100 mg/lt (Bercz et al., 1982).

Pero ¿qué hay con los humanos, quizás sólo afecte a los animales? En un estudio realizado a un hombre de 20 años de edad que presentó anuria (suspensión de la secreción de orina a 100 ml al día) de un día de duración, después de un historial de consumo de 250 ml de ClO2 estable, la evaluación evidenció hemoglobina de 10.5 gm / dL, recuento total de leucocitos - 11,000 / mm3, recuento de plaquetas - 1.5 lakhs / mm3, el frotis periférico fue normal. Su urea en sangre fue de 188 mg / dL, la creatinina sérica fue de 7.2 mg / dL. Sin embargo, lo más preocupante fue que el joven presentó una insuficiencia renal severa, en consecuencia se tuvo que hacer una hemodiálisis. Luego se le realizó una biopsia renal que mostró características sugestivas de necrosis tubular aguda (Bathina et al., 2013).

Incluso, ya se tienen antecedentes de problemas clínicos por consumo de la Solución Mineral Milagrosa (MMS). En un informe de caso una mujer de aproximadamente de 41 años de etnia malaya presentó 11 días de fiebre y una linfadenopatía en el lado izquierdo del cuerpo, luego de consumir la Solución Mineral Milagrosa MMS (Loh & Shafi, 2014).


Análisis de riesgo de un caso hipotético de ingestión oral de dióxido de cloro (ClO2)

Todo nuevo profesional del área de la ciencia e ingeniería ambiental sabe la importancia de realizar un análisis de riesgo ambiental, sobre la exposición humana y de los ecosistemas a cualquier elemento o compuesto químico. Definimos riesgo como “la probabilidad de daño, enfermedad o muerte en términos generales” (Mihelcic y Zimmerman, 2015, p. 216). Por otra parte el riesgo ambiental es el riesgo resultante a un peligro ambiental potencial, que pueden ser químicos y/o patógenos. En tal sentido nos enfocaremos en el riesgo químico del dióxido de cloro (ClO2).

Para hacer una evaluación de riesgo completa está, se debe realizarse a través de cuatro componentes: 1) evaluación de peligro, 2) evaluación de la dosis-respuesta, 3) evaluación de la exposición y 4) caracterización del riesgo (Mihelcic y Zimmerman, 2015).

Para este análisis hipotético profundizaremos en la 1) evaluación del peligro y, haremos algún ejercicio a manera de ejemplo, para lograr 4) caracterizar el riesgo del dióxido de cloro (ClO2) por ingestión oral.

Una evaluación de peligro consiste en una revisión y análisis de datos de toxicidad, evidencia de peso que una sustancia provoca, pueden ser varios efectos tóxicos y la evaluación si los efectos en un contexto ocurrirán también en otro contexto” (Mihelcic y Zimmerman, 2015, p. 230). Como hemos podido leer más arriba, muchos de los datos de toxicidad provienen de ensayos en animales y estudios epidemiológicos en humanos. Para ello es de suma importancia contar con una base de datos toxicológicos en humanos y en ecosistemas. Muchos profesionales del área ambiental utilizan los datos del IRIS que es una base de datos electrónica que contiene información sobre el efecto de cientos que químicos en la salud humana. Está información proporcionada por el IRIS fue desarrollada por la Agencia de Protección del Medio Ambiente de los Estados Unidos (US EPA), para que la información pueda ser utilizada por cualquier ciudadano que no entienda sobre temas relacionados a la toxicología (Mihelcic y Zimmerman, 2015).

Con el ánimo de ejemplificar los riesgos y hacer una medición hipotética de concentraciones de ingestión para personas que ven en el dióxido de cloro un posible “tratamiento” para el COVID-19, haremos el siguiente ejercicio.

Supondremos que un hombre adulto de aproximadamente ochenta kilogramos de peso, ingiere una solución de dióxido de cloro de un litro al día.

Para esto necesitamos entender que:

Do = Co*Ir/Bw

Donde:

Do = es la dosis que, para nuestro ejercicio será la cantidad de químico que se ingiere de una solución y se distribuye por la cantidad del peso corporal del sujeto en una unidad de tiempo (mg/Kg-día).

Co = concentración de la solución (mg/lt)

Bw = Peso corporal (kg)

Ir = Solución de ingestión por unidad de tiempo (lt/día)

Para este ejercicio nuestra Do será igual a RfD y lo que hallaremos será la concentración (Co) que consume un hombre adulto que pesa 80 Kg y bebe una solución de 1 lt/día.

Por lo tanto despejamos Co y tenemos:


Co = Do*Bw/Ir

Ya sabemos que:

Do = RfD = 3 × 10-2 mg / kg-día

Bw = 80 kg

Ir = 1 lt/día

Como resultado tenemos que la concentración (Co) es igual 2,4 mg/lt que es ingerida diariamente por este hombre adulto. Pero si la solución es ingerida por una mujer de 60 kg o un niño de 20 kg la concentración, con una ingestión de solución menor,  será más alta, y en consecuencia el riesgo será potencialmente mayor.

Aunque está concentración es segura porque hemos utilizado como dosis la RfD, tanto la OMS y la EPA colocan que el límite máximo permisible en agua potable para el dióxido de cloro (ClO2) es de 0,8 mg/lt o 0,8 ppm (m/m) (OMS, 2011).

Ahora bien, si tomamos en cuenta algunas soluciones que se venden por la red como posibles “tratamientos” para COVID-19 y otras fisiopatologías, podemos encontrar la comercialización de CDS (nombre comercial para el dióxido de cloro ClO2) y MMS (Solución Mineral Milagrosa) que tienen distintos protocolos de consumo para “tratar” o “curar” diversas patologías.

Para nuestro siguiente ejercicio, seguiremos algunas recomendaciones que se encuentran entre los consumidores de CDS. Está solución de ClO2 se comercializa en una concentración de 3000 ppm (m/m) (por saturación gaseosa) que, es igual a 3000 mg/lt. Luego de adquirir el CDS se debe preparar una solución para consumir. Siguiendo esa línea, se debe extraer 10 ml de CDS que deben ser vaciados en un litro de agua destilada o mineral, para luego ser consumidas en aproximadamente dos horas cada 15 minutos, distribuidas en ocho tomas (UMISALUD, 2020). Una pregunta que surge es: ¿cuál es la concentración que se ingiere y la dosis que consume una persona? ¿Es segura la dosis de consumo y cómo podemos saber el riesgo? Existen distintos métodos para analizar la concentración y la seguridad de la dosis. Primero calcularemos la concentración, sin embargo la dosis dependerá de la cantidad de ingestión diaria de la solución y el peso corporal que tenga el sujeto.

Siguiendo con el ejemplo, si extraemos una solución de 10 ml  de dióxido de cloro que se encuentra a una concentración de 3000 mg/lt y, lo vertimos a un litro de agua destilada, podemos deducir que habrá una disolución de la concentración inicial. Por lo tanto mientras el volumen de 10 ml aumenta a 1010 ml, la concentración se reducirá, lo que implica que a través de una regla de tres inversa podemos calcular la nueva concentración.

3000 mg/lt -----------> 10ml

                 X --------------> 1010 ml

X = 3000 mg/lt*10ml /1010 ml
Co = X = 29, 70 mg/lt

Debemos tomar en cuenta que el dióxido de cloro al entrar en contacto con el agua y luego con nuestro organismo produce clorito (ClO2-), clorato (ClO3-) y cloruro (Cl-) (Mihelcic y Zimmerman, 2015). Siendo el clorito y clorato DPB de preocupación para nuestra salud por su toxicidad.

Dicho lo anterior, aunque hayamos obtenido una concentración de 29,70 mg/lt  teóricamente de dióxido de cloro es probable que la concentración sea mucho menor por la reacción y DPB formados en el agua inicialmente y luego en nuestro organismo. En esa línea podemos suponer que solo 10 mg/lt serán de dióxido de cloro (ClO2). Esto significa que, para un hombre adulto que consume un litro de solución al día de dióxido de cloro y pesa ochenta kilogramos, su ingestión es aproximadamente 4 veces superior a una RfD y 13 veces superior a los límites máximos permisibles por la OMS y EPA. Al mismo tiempo una persona de menor peso o de menor grupo etario, consumirá una concentración mayor del químico de estudio.

Pero ¿cómo podemos evaluar el riesgo?

Para evaluar un probable riesgo mantendremos los mismos datos iniciales. Un hombre adulto que ingiere un litro de esta solución al día y pesa ochenta kilogramos. También podemos suponer que su cuerpo solo absorbe un treinta por ciento de la solución y el resto es eliminado por la orina.

Con este dato adicional podemos calcular si existe algún riesgo.
Por lo tanto calculamos la nueva dosis:

Do = Co*Ir*30%/Bw

Do = 10 mg/lt*1 lt/día *0,3/ 80 kg

Do = 3,75x10-2 mg/kg-día

Como resultado tendremos una nueva dosis de asimilación  de 3,75x10-2  mg/kg-día. Para saber si el riesgo es aceptable o no, utilizamos el coeficiente de riesgo (HQ). “El riesgo aceptable para la exposición a un químico no carcinógeno se determina al calcular el coeficiente de riesgo (HQ)” (Mihelcic & Zimmerman, 2015, p. 245).

Esto quiere decir:

HQ = Do/RfD


Donde:

HQ = Coeficiente de riesgo;  Si HQ ≤ (menor o igual a) 1 la dosis es considerada segura.
                                              Si HQ > (mayor que) 1 la dosis es considerada no segura.

Do = Dosis

RfD = Dosis de Referencia segura según la evidencia en animales y estudios epidemiológicos en humanos.

Remplazando tenemos:

HQ = 3,75x10-2 mg/kg-día / 3 × 10-2 mg / kg-día

HQ = 1,25

Por lo tanto, podemos decir que bajo esas condiciones de preparación la dosis no es segura y las personas están frente a un riesgo de efectos adversos en su salud. Si bien estas metodologías de evaluación de riesgo son jóvenes, tienen limitaciones e incertidumbres (Tyler, 2002), es importante tener en cuenta que se tienen bastantes datos sobre los riesgos que produce el dióxido de cloro (ClO2), al ser un producto que se utiliza en la industria hace bastante tiempo.

No obstante, el riesgo mayor no es la ingestión, sino la popularización de este compuesto químico como “tratamiento” y “cura” para el COVID-19. Actualmente se comercializan distintas “marcas” de dióxido de cloro (ClO2) sin ningún tipo de control. No se tiene identificado su origen, procedencia y hasta composición química. Muchos de estos productos no especifican su concentración y qué medidas se deben tomar en caso de tener algún efecto adverso.

No es casual que instituciones reguladoras como, la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (FDA), la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AMPS) y la Agencia Estatal De Medicamentos Y Tecnología En Salud (AGEMED) en Bolivia no otorguen autorización a productos químicos conocidos que entrañan un riesgo para el consumidor. Sin embargo, en nuestro país, se sigue comercializando en mercados, ventas y por particulares sin el mínimo control.


Breve análisis epistémico y metodológico del uso de dióxido de cloro (ClO2) como posible tratamiento

Aun así, alguien podría pensar, ¿pero acaso el riesgo de intoxicación no es preferible si podemos “curarnos” del COVID-19?

En primer lugar, debemos decir que las propiedades del cloro se vienen estudiando desde aproximadamente un poco más de doscientos cuarenta años. En el caso del dióxido de cloro un poco más de cien años. Y aunque es difícil agotar el conocimiento que se puede continuar extrayendo a un químico o compuesto, son bastante conocidas sus propiedades dañinas para la salud.

En segundo lugar, existe actualmente un problema de carácter epistémico al utilizar el dióxido de cloro como una probable medicina. El concepto de “dióxido de cloro (ClO2) medicinal” es inexistente en la literatura académica de alto impacto. Quiere decir que, aunque el dióxido de cloro es estudiado desde distintos campos de la ciencia como la química, bioquímica, toxicología, entre otras ramas, es inviable articular el concepto de “dióxido de cloro (ClO2) medicinal” con teorías de la medicina moderna y fisiopatología. Esto es relevante, porque sabemos que una hipótesis científica no es simplemente una creencia o conjetura sin ningún tipo de respaldo, sino que se establece a partir de información científica previa - tomando en cuenta todos los riesgos estudiados - y con mayor razón cuando hablamos de tentativos tratamientos para salvar vidas humanas.

Un tercer problema es la “evidencia” mostrada por algunos profesionales de la salud. En algunos programas de radios y televisivos, médicos que utilizan estos productos, concluyen haber “tratado” y “curado” a más de trescientas personas. De estas afirmaciones surgen muchas preguntas: ¿los enfermos eran de Fase I, IIA, IIB y/o III?, ¿Funciona para enfermos graves o leves?, ¿Los enfermos eran de grupos etarios avanzado, adultos, jóvenes, adolescentes o niños?, ¿Al decir que el dióxido de cloro sirve como “cura” es porque elimina el virus o algunos síntomas? Y si elimina algunos síntomas, ¿qué síntomas elimina y, es igual para todos?, ¿Cuál es la dosis en la que este oxidante actúa contra bacterias y virus y, no contra nuestras células?  Estás y otras muchas preguntas deberían ser contestadas a través de estudios bien estructurados y con el rigor científico que amerita.

Sin embargo, lo que se tiene por el momento son anécdotas, relatos de pacientes que dicen haberse curado, lo que deja muchas incertidumbres en las conclusiones de estos médicos.


Suponiendo que se estén haciendo estudios cualitativos en cuanto a la percepción de los pacientes, es evidente que no se está utilizando una metodología adecuada para llegar a conclusiones de tratamiento o cura. Estudios anecdóticos nos pueden ayudar a describir las emociones, sentimientos de los pacientes que son ayudados, pero no a identificar o, en todo caso determinar  que el dióxido de cloro (ClO2) pueda ser parte de un posible “tratamiento” y en todo caso una “cura”.

Es bastante conocido los problemas de percepción en nuestra especie. Por ejemplo, cuando un individuo cree estar familiarizado y conoce un tipo de peligro, tiende a subestimar -en el texto dice sobreestimar, pareciera existir un error de traducción por la semántica del argumento -  el grado de riesgo. Otro factor es cuando los individuos interactúan voluntariamente con un peligro tienden a subestimar el grado de riesgo, porque los individuos creen tener el control sobre la situación (Mihelcic & Zimmerman, 2015).


Conclusión y recomendación de importancia para la sociedad civil

Habiendo realizado un breve análisis desde el enfoque de las ciencias ambientales, vemos que el uso de dióxido de cloro (ClO2) tiene más riesgos que algún probable beneficio. Y este riesgo será mayor en personas de grupos etarios menores, con menor peso, adultos de la tercera edad y/o individuos con alguna enfermedad de base. Además el riesgo se incrementa con la exposición constante a través de la ingestión de este tipo de productos. En definitiva, se debe primero realizar investigaciones rigurosas sobre esta sustancia, siguiendo procedimientos necesarios para evitar exponer en riesgo a toda la población, a través de conclusiones que actualmente no tienen ningún asidero. 

1 Mario Gabriel Mercado es Ingeniero Ambiental y docente de la Universidad Nacional Ecológica
2 Luz Natalia Mercado es Máster en Medio Ambiente de la Universidad de Melbourne, Australia


Referencias bibliográficas

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